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El desahucio del rey del mundo. Capitulo XI.Quemando recuerdos.
Por Francisco Betes | febrero 21, 2011
Capitulo XI
QUEMANDO LOS RECUERDOS
La cervecería Santa Bárbara esta situada en la plaza del mismo nombre en el centro de Madrid. Alberto y Jesús se sentaban en taburetes bajos alrededor de una de las pequeñas mesas que a pesar de su incomodidad tienen el encanto de hacer que las personas se aproximen al hablar, cosa por otra parte imprescindible a ultima hora de aquella mañana, en la que el local estaba a rebosar.
-“Aquí”- dijo Alberto sorbiendo con gusto su cerveza-“tiran la cerveza fenomenal, tienen una patatas fritas exquisitas y las gambas son aceptables, un poquito saladas para que te apetezca beber mas cerveza”
-“No es mala gama de productos”-respondió Jesús-“la verdad es que estas son las cosas que echas de menos cuando vives fuera”
-“Aunque hay cosas de fuera que nos vendrían muy bien aquí. Como el rechazo claro de la corrupción. Ayer estuvimos cenando con unos amigos y no sabes la que se montó. Éramos tres parejas y si la corrupción era de un determinado partido, una de las parejas la minimizaba y viceversa”
-“Es un tema muy delicado y en el que es difícil ponerse de acuerdo” contemporizó Jesús.
-“Yo lo que opino es que debería ser muy fácil. La corrupción es mala, toda ella y venga de donde venga, los partidos deberían ser los primeros en perseguirla en sus filas y el problema viene precisamente de la falta de sensibilidad y la utilización partidista. En fin que la cena acabó como el rosario de la aurora”
-“Bueno, te veo mejor, mas combativo, estas recuperando tu personalidad” comentó Jesús con satisfacción.
-“Si, voy poco a poco saliendo adelante, aunque no me lo están poniendo fácil. Mira el e-mail que recibí”- dijo Alberto mientras le tendía su blackberry para que leyera el correo electrónico que había recibido de Slusche, comunicándole que no seria consejero de la compañía.
Jesús lo leyó y pregunto:
-“¿Y las dietas eran importantes?”
-“120.000 €”
-“No están nada mal. ¿Y te las han pagado anticipadas?”
-“Por transferencia a mi cuenta a los dos días, menos las retenciones claro”
Jesús se quedó pensativo unos segundos, pelando una hermosa gamba.
-”Tal vez sea lo mejor que te podía pasar. El Consejo te abría recordado permanentemente tu salida, entrar en la oficina y ya no ser el jefe, no poder decidir realmente sobre las cosas,… creo que no habría sido positivo para ti. Además, la etapa anterior lo mejor es cerrarla cuanto antes, y te han dado un dinero que puede ayudarte para nuevos proyectos”
-“Jesús, la verdad es que me sorprendes. No he visto a nadie que vea las cosas siempre de forma tan positiva. ¿Es verdad, lo sientes así, o es solo una pose para ayudar a los amigos?”
-“Te soy totalmente sincero. Dicen que las especies que mas perduran no son las mas fuertes, ni las mas inteligentes, sino las que mejor se adaptan”
-“Pues tu especie va a perdurar seguro. Por cierto, mañana voy a la finca que tenemos en Ciudad Real a pasar un par de días. ¿Por qué no te animas?”
-“No puedo, tengo a mi suegro en casa y hay que estar. Pero la próxima vez que vayas a ir avísame con tiempo y encantado. ¿Qué tal tus viñedos?”
-“Con un poco de suerte en septiembre del año que viene podría tener ya la primera cosecha con las cepas mejoradas”
Al día siguiente, sentado en el porche de la pequeña casa situada en medio de la finca de Ciudad Real, Alberto observada los diferentes tonos de verde de las distintas parcelas sembradas. Desde el verde oscuro y casi negro de los limites marcados por las encinas, hasta los claros amarillentos del trigo en lo últimos días del mes de Junio. Había decidido dormir allí, aunque la casa no estaba especialmente acondicionada. La temperatura era buena y no tendría frío. Amparo, la mujer del encargado le había hecho una tortilla para cenar y mientras esperaba que fuera la hora, tomaba un vaso de vino disfrutando de la tranquilidad y de ese silencio del campo lleno de ruidos relajantes. Le gustaba el campo, siempre había sido así. Tenía como una especie de atracción atávica hacia la tierra y, sin embargo, era tan absolutamente inútil con las manos que jamás podría realizar labores agrícolas. Había pasado el día con Pepe, el encargado, dando instrucciones sobre la zona de viñas que quería reservar y los cuidados que quería que tuvieran. La verdad es que había aprendido mas que enseñado, pero haciendo ver claramente a Pepe que quería un cambio. Había pensado en hacer varias cosas allí, poner ganado, cambiar los cultivos, extender el regadío,… pero fue la idea de hacer vino propio la que le había cautivado y estaba decidido a mejorar las 35 hectáreas de viñedos. La finca no era grande, tenia poco mas de 70 hectáreas en total y daba con las justas para pagar al encargado, y no perder mucho los buenos años. El más mínimo análisis económico aconsejaría no invertir un solo euro en desarrollar la finca. Podía mantenerla como finca de recreo, pero esto le provocaba una sensación incomoda de inutilidad. Así que había decidido definitivamente que haría su propio vino.
Después de cenar, se sentó delante de la chimenea apagada y disfrutando de un silencio casi estremecedor, saco de su cartera un gran sobre en el que había recogido todas las cartas y los correos electrónicos que aquella misma mañana, Sonia le había hecho llegar a su casa, justo antes de salir él. Dentro del gran sobre había dos carpetas. La primera contenía las copias de los correos electrónicos ordenados por fechas, y la segunda, las cartas una vez abiertas, pero todas ellas acompañadas del correspondiente sobre. Esto le hizo pensar en que tenía que darle las gracias a Sonia y en lo importante que había sido ella para su carrera profesional dentro de la Compañía. Realmente no se valoraba suficientemente la cantidad de trabajo que puede quitar una buena secretaria. Después de años trabajando bastaba con darle cuatro ideas para encontrar las cartas preparadas, los informes esbozados, todas las instrucciones repartidas, y dando la tranquilidad a su jefe de que las cosas estarán hechas y que estarán bien hechas.
Abrió la primera carpeta con la ilusión que un niño abre un juguete.
El primer correo electrónico era de José Linares, que se había incorporado a la Compañía en la misma época que Alberto y con el que había hecho la carrera. José era actualmente el jefe de Operaciones y primero colegas, y luego su jefe habían mantenido una buena amistad. “Ya el primer día percibí que llevabas contigo la mochila de mariscal y que llegarías lejos. En todos los años que hemos trabajado juntos nuestra relación de amistad se ha reafirmado porque esta basada en la independencia, en la coherencia, en la transparencia y en la lealtad. Te reitero mi respeto y admiración profesionales y mi amistad personal”.
El siguiente correo era de un comercial de Tarragona. Alberto se acordaba bien de él, porque se había destacado siempre y habían tenido ocasión de charlar con motivo de la entrega de los premios a los mejores vendedores. “Expresar sentimientos no es fácil y agradecimiento peor, pero quiero expresarte la gran suerte que me ha proporcionado la vida conociendo a alguien como tu. Desde que la gente sabe que te vas he oído frases como, pero si este hombre era nuestro referente en la compañía, como se puede ir alguien que tanto la ha querido. Al oír esos comentarios curiosamente yo siento un gran orgullo porque me considero tu amigo. Conseguir el querer y el respeto de muchos es algo reservado para auténticos lideres a nivel humano”.
Alberto empezó a sentir que se emocionaba y esto no cuadraba con el plan de trabajo que se había preparado para la nueva etapa. Era volver atrás, volver a recordar a todos los amigos y colaboradores y escuchar frases agradables. “Pero que coño”, se dijo, “me voy a dar el gusto”. Se sirvió un güisqui con agua y se sentó a seguir leyendo. Una persona de la que no sé acordada, le decía, “no me puedo resistir a darte personalmente las gracias por todo lo que nos has enseñado. Te deseo mucha suerte en tu nueva singladura y decirte nada mas que aquí en Murcia tienes un leal amigo”. Un empleado de administración de Aviles le decía, “como es posible que las empresas no valoren a las personas que durante años han conseguido hacer funcionar la sociedad con el rigor y la profesionalidad con que Vd., lo ha hecho”. La Directora de Contabilidad de Cádiz le decía, “he tenido el placer de conocerle, de trabajar aunque de lejos bajo su dirección, sé de su calidad humana, me lo ha demostrado en ocasiones muy difíciles para mí, pero ahora noto que algo se desmorona dentro de mí, porque para mí era una garantía que Vd. estaba ahí”. Alberto se acordó de aquella ocasión que había extendido su viaje de Sevilla a Cádiz, para saludar a esta persona que acababa de perder a su marido. El siguiente era del Presidente Mundial de la compañía. “Gracias por todo lo que has hecho todos estos años por nuestro grupo y te deseo muy buena suerte y animo. Un cordial saludo”. Le sonó a pura formalidad, así como los dos o tres siguientes que paso rápidamente y que provenían de la casa matriz. Siguió con las palabras de un chaval joven del que se acordaba muy bien, hijo de un distribuidor de Cáceres que había ayudado a hacerse cargo del negocio de su padre. “Una persona sincera, un perfecto caballero, alguien que cumple su palabra, con conciencia humana en mitad de la jauría laboral y sobre todo asequible”. Terminaba dándole su dirección y su teléfono y poniéndose a su disposición.
Alberto siguió mucho tiempo leyendo frases agradables. “Queremos dejar constancia de lo grato que ha sido trabajar con Ud. todos estos años, ahora que no es mi jefe quiero manifestarle mi más sincera admiración personal y profesional por la labor que ha desempañado durante estos años, la compañía pierde mucho mas que Ud., que tenga mucha suerte, estoy aquí “pa” lo que quieras, siempre has sido impecable en tu comportamiento y especialmente elegante en tu forma de despedirte, eres un hombre joven, dinámico y un buen profesional por lo que todo lo que emprendas tendrá éxito, sales de la compañía por la puerta grande y has dado mucho mas de lo que has recibido, trabajar con Vd.. ha sido enriquecedor, es Vd.. una persona integra y una buena persona, siempre te hemos valorado por lo gran profesional que eres y ha sido un honor conocerte, aunque no hace mucho que le conozco ha sido para mi una persona ejemplar, aunque las escalas jerárquicas no nos ha permitido trabajar con mayor contacto siempre te he considerado un modelo de dirección y aunque difícil intentare imitarlo, jamás te olvidaremos…”
Las frases cariñosas caían como un bálsamo sobre la herida abierta y Alberto con su segundo whisky en la mano se sentía bucólicamente feliz.
Algunos correos eran especialmente ingeniosos, como uno escrito en verso que empezaba: “Has demostrado tu talento por donde quiera que has ido y has levantado un imperio y a fe que lo has conseguido”.
Otro decía que era la primera vez que llamaba, como se dice en los concursos de la radio, pero que efectivamente nunca anteriormente se había dirigido para reconocer los meritos de cualquier persona. Seguía diciendo que “eres como una especie se Sean Connery, fortaleza con unas gotas de ironía”. Había alguno que no estaban especialmente contentos “Es posible que no te acuerdes de mí, pero, sin embargo, confío en tu memoria. La verdad es que durante el tiempo que fuiste nuestro jefe ha habido de todo incluidas algunas putaditas que todos los jefes hacéis de vez en cuando, pero lo que me queda, es sinceramente la sensación de haber sido dirigido por un gran profesional”. Las frases amables seguían una detrás de otra.
Era ya muy tarde cuando abrió la segunda carpeta que recogía las cartas que habían recibido, todas ellas contestando a su despedida por parte de colegas y conocidos. La Patronal le agradecía su eficaz labor al frente de una agrupación, con un certificado del acta de su comité ejecutivo y muchos colegas se dirigían a él, habitualmente con frases amables, pero sobre todo sorprendidos de su marcha. Tal vez estén pensando lo de las “barbas del vecino”, reflexionó Alberto. El Presidente de la primera empresa del sector le decía que, “lamento que dejes el sector ya que no estamos para que lo abandonen profesionales de tu calidad y experiencia”, y todo el resto de cartas en el mismo sentido sorprendiéndose de su marcha y dedicándole amables frases sobre la eficacia con que había desarrollado su trabajo.
Alberto se puso un jersey y salió al porche. La gente suele ser amable con los que se van, como son amables con los muertos, pero nadie estaba obligado a escribirle, ni a despedirle, ni a contestarle y mucha gente lo había hecho. Posiblemente había hecho un buen trabajo durante esos años, posiblemente era un buen profesional, posiblemente podría todavía hacer muchas cosas…
La luna llena bañaba en una luz tenue los campos llenando de sombras los viñedos que quedaban a la izquierda de la casa. Alberto se sentía en paz consigo mismo. Se quedo un buen rato pensando, mirando sin ver la noche, oyendo sin escuchar a los grillos. Después se levantó, recogió algunos palos y con ayuda de un periódico quemó todas las cartas y los correos electrónicos en la chimenea de la casa y se fue a dormir.
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6 Respuestas a “El desahucio del rey del mundo. Capitulo XI.Quemando recuerdos.”
Comentarios
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febrero 21st, 2011 a las 14:23
Quizás, desde mi punto de vista, el capítulo más flojo, pero necesario. El protagonista tiene que saber que se le quiere y que ha dejado huella. Técnicamente lo que menos me gusta es la transcripción de la conversación en la Cervecería Santa Bárbara. Demasiado convencionales los diálogos. Piénsate si en vez de expresalos en forma de diálogo (con sus entradillas, sus voces del narrador) no sería mejor o bien que el narrador contase lo que se dijeron, o ir directamente a las frases sin puntos y apartes y sin decir quién dice qué.
febrero 22nd, 2011 a las 10:14
Buena descripción del entorno y del ambiente. Se echa de menos un poco más de acción, y algún recuerdo divertido o romántico mientras lee su correspondencia. Un mensaje de una antigua novia de Alberto,y los correspondientes recuerdos que le provoca, podría animar este capítulo.
febrero 23rd, 2011 a las 0:29
Me ha parecido un poco tarde para todos estos mensajes de cariño. Segun se dice en el capitulo anterior han pasado ya 10 comités de dirección semanales, o sea dos meses y medio desde que Alberto dejo la compañía.
Parece un poco excesivo que le sigan llegando tantas muestras de cariño, la gente está ya en otras guerras, especialmente con lo duras que se han puesto las cosas en la empresa tras la llegada de Roland.
Y desde el punto de vista de Alberto es tambien volver a temas ya pasados, tambien él tendría que estar ya en otro mundo, haciendo cosas nuevas ( como el cultivo de uvas, que no parece entusiasmarle en exceso…).
Quizas el propósito del capítulo es dar por cerrado ese tiempo, pero me parece tardío para ese objetivo
febrero 23rd, 2011 a las 22:20
Creo que esta bien pero yo acortaria la retaila de cartas y correo de despedida, quizas haciendo referencia a las multinacionales con algun comentario y quizas una odos y en una de ellas que se refleje el sentir general de la gente, haciendo referencia a varias personas. Para ser el nuevo proyecto de Alberto creo que le daria mas tiempo.
marzo 1st, 2011 a las 14:06
Tal vez el encaje del capítulo pudiera anticiparse, pero en cambio creo que su contenido es imprescindible y me gustan los aspectos descriptivos. Como la impertinencia debo llevarla grabada en el alma me permito recordar que no existen mochilas de mariscal (no tendría sentido que las usaran con la nube de asistentes que deben rodearles. La frase, como es sabido atribuída a Napoleón, a quien le enganchan casi todo, es que todo soldado lleva en su mochila (estos no tienen más remedio que usarlas) el bastón de mariscal.
marzo 1st, 2011 a las 14:21
Magnífico capítulo que abre unas posibilidades hasta ahora insospechadas.
Una impertinencia, como siempre: ¿no sería mejor que la taberna se llamara «Los seises», por los monaguillos sevillanos, que «Los sietes»?
Ahora se me ocurre preguntarte si te parecen bien mis sugerencias o las encuentras impertinentes. Te ruego que me lo digas