El desahucio del Rey del Mundo
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El desahucio del Rey del Mundo. Capitulo XII.Buscando el camino.

Por Francisco Betes | marzo 5, 2011

Capitulo XII

BUSCANDO EL CAMINO

La playa de Vera en la costa almeriense es de arena y tiene varios kilómetros desde Garrucha a Villaricos. La urbanización Puerto Rey iniciada por ciudadanos belgas hace más de 50 años, tiene aún una serie de chalets muy agradables en la primera línea de la playa. Alberto no había tenido ninguna dificultad en alquilar uno de estos chalets, cuyo nombre Alegría, le pareció premonitorio. Eran poco más de las cuatro de la tarde y la temperatura en aquellos últimos días de septiembre animaba a sentarse en el porche. El color carne de la arena contrastaba con el blanco de la espuma de las olas y el azul intenso de un mar nervioso en el que reflejaban con fuerza los rayos del sol de la tarde. Alberto había decidido que mientras no supiera a que se iba a dedicar, no estaría más de dos semanas seguidas en casa. Se había preparado todo tipo de excursiones y una de ellas era esta semana que estaba pasando, solo, en una zona que conocía bien porque unos años antes había pasado la familia sus vacaciones de verano. Marta, como funcionaria en activo, no había podido acompañarle en esta ocasión, porque acaba de invertir la mayor parte de sus vacaciones en un viaje largo que habían hecho juntos a Argentina. A Alberto no le molestó, realmente lo prefería, si necesitaba encontrar respuestas sobre como sería el resto de su vida, solamente podía hacerlo con tiempo, silencio y reflexión personal. Siempre lo había hecho así y siempre había encontrado la respuesta. La incertidumbre le producía cierta incomodidad, pero ya de una forma muy distinta a los primeros días, ya había asumido muchas cosas, ya había quemado muchas naves. Sonrió al recordar el gesto de sacrificar al fuego todos los mensajes de despedida. Al venir había parado una noche en Sevilla. Había dado un enorme rodeo bajando por la Ruta de la Plata, pero sentía pasión por esa ciudad y aprovechaba cualquier excusa para volver a visitarla. Había un pequeño hotel en el centro, cerca de la catedral que se llamaba Los Sietes que le encantaba y en el que había encontrado habitación sin problema. Dedicó toda la tarde a pasear por el centro sintiendo ese olor distinto que tiene Sevilla, ese aire ligero suavemente perfumado que recoge las esencias del patio de naranjos de la catedral. Se sorprendió a sí mismo subiéndose en un coche de caballos y dando una vuelta por el Parque de María Luisa. El cochero con ese desparpajo tan propio de la tierra, contaba anécdota tras anécdota, mientras Alberto sonreía beatifico. Le llevó la corriente y le rió las gracias, pero se dio cuenta que no podía darle replica, estaba como vacío, desconectado de las cosas que todo el mundo comenta, falto de imaginación, después de tantos años de hablar solo de negocios. Sabía mucho de eso, pero prácticamente nada de todo lo demás. Se apuntó mentalmente que algo debería de hacer para ampliar el campo de sus intereses.
Después rondó por las calles parando de vez en cuando a tomar una manzanilla. Al pasar frente al Museo de Bellas Artes, entró sin pensarlo demasiado. Pasó buena parte de la tarde viendo las telas pintadas como si nunca hubiera visto un cuadro, con una vista nueva, como de joven, descubriendo un mundo nuevo de color, apreciando pequeños detalles que solo la quietud de la visita sin prisas permite observar. “A la vejez viruelas – se dijo -: yo visitando solo un museo de pintura”. Había leído en los carteles de la entrada que exponían obras de Canogar y luego resultó que esa parte estaba cerrada, pero en su lugar descubrió una exposición temporal de un pintor joven, Reguera, con diez acrílicos sobre lienzo en una misma sala que recogían todos los colores de la tierra. Alberto que siempre había sido insensible al arte, en esta ocasión se emocionó con los colores sin forma. Su espíritu de conquista le hacia desearlos, tal vez con más ardor por ser imposibles, por no tener precio. Sintió un ataque de deseo de poseer todas las maravillosas cosas expuestas. Se le ocurrió que los museos son los mayores exponentes del socialismo utópico universal. Las pinturas, los objetos, las figuras son para todos y no puedes apropiártelos, es imposible llevárselos.
Al salir del Museo, sintió hambre y se sentó en un mesón cerca de la Torre del Oro, y pidió unas tapas. De pronto, sin pensar, cogió un pequeño cuadernito que había comprado en el Museo y se puso a escribir.

TARDE EN SEVILLA

La mano me da sombra sobre el papel en la mesa de madera del Bodegón de la Torre. ¿Y si fuera divertido escribir? En mi nueva etapa debo estar abierto a todo y hoy en Sevilla, en un precioso cuadernito que he comprado en el Museo de Bellas Artes, me apetece escribir. Tal vez porque estoy solo, y hace raro estar solo en publico. Es como si estuvieras aburrido, fueras poco interesante y no tuvieras nada que hacer. Las personas alrededor, en grupos que conversan animadamente, te miran con recelo, o tal vez no. Quizá no se han percatado de que estas aquí. Pero tú si sabes que estas y que estas solo
Pido pescado frito acompañado de manzanilla. La manzanilla hace con lentitud su benéfico efecto y rápidamente me considero perfectamente integrado en el ambiente.

Ha llegado más gente. Pero son nuevos, yo estaba antes. Ya formo parte del ambiente. Ya no necesito escribir. He encendido un puro y he pedido un café y un whisky y sigo escribiendo. No sé si por el puro o por la escritura compulsiva, los camareros me tratan con gran deferencia, deben pensar que soy un escritor o mejor aun un periodista. La inmortalización del local esta a punto de producirse.

La copa de balón del whisky es enorme y de cristal muy fino, la perfección de los sentidos. La cabeza empieza a notar un cierto “flotamiento” posiblemente la palabra no existe pero merecería la vida. Al sentirme flotar ya no veo alrededor, me concentro en mi pequeño cuaderno y mi observación se embota.

El camarero cuenta a los de la mesa de al lado, el día que dieron de comer a 50 chinos y al servir el café, los chinos empezaron a desfilar de uno en uno saludando muy educadamente. Adiós, adiós, buenas tardes. Que a Vd. le vaya bien. Cuando salió él ultimo chino se dieron cuenta que no habían pagado.

No tengo prisa en irme. No había visto que a la derecha al fondo, hay dos cabezas tremendas de toros. Los cuernos son enormes pero su expresión no es fiera, porque tiene ojos simpáticos de buena gente. Seguro que nunca cogieron a ningún torero y se fueron de esta vida sin entender porque los mataban, si no habían hecho ningún mal a nadie. Tantos se van así de la vida, desprevenidos, victimas de los matarifes sin cuernos aparentes que se aprovechan de sus sentimientos nobles, de su claridad de embestida y aprovechan su fuerza para lucirse y los eliminan cuando ya han sido utilizados. Me siento muy unido a los toros de mi derecha. Me identifico con ellos. Alguien se ha aprovechado de mi fuerza y luego ha entrado a matar.

¿Puede un toro rebelarse ante su suerte sin tener que embestir? ¿Puede salvarse sin herir? ¿Puede utilizar su fuerza sin matar? Vida o muerte, matar o morir. ¿Es esa la única forma de entender la existencia? Los pensamientos se hacen profundos y difíciles. Me cuesta avanza. ¿son dilemas de fondo, complejos o es la acumulación de la manzanilla y el whisky?

Quiero pensar que la fuerza bruta, sana, llana y directa, sin complejos ni dobles vueltas, siempre sale victoriosa, frente al subterfugio y la intención disfrazada. Seguro que es así. Los buenos siempre ganan, la bondad prevalece cuando es sólida y reacciona con transparencia. Hay que plantar cara a los malos y no aceptar lo inaceptable, el mundo debe ser de las personas de mirada clara.
Fin.

Alberto salió del mesón. No le apetecía volver tan pronto al hotel y se sentó en una terraza. Se sorprendió a sí mismo al encontrarse cantado con un grupo de chicos universitarios “Sevilla tiene un olor especial…” Al principio se sorprendieron, pero inmediatamente pidieron que se uniera a aquel espontáneo que tenia muy buena voz. Cuando atacaron “Granada” el lucimiento fue completo.
Una preciosa chica que podría ser su hija se le quedo mirando con curiosidad. Alberto que se encontraba en el mejor de los mundos, le sonrió. Tenía un aire conocido. Estaba seguro de haber visto esos ojos antes. La chica se apartó del grupo y vino a sentarse a su lado.
-“Las apuestas se dividen entre, cantante de opera fracasado con cáncer terminal y ejecutivo senior que se aburre después de trabajar”, le dijo como introducción.
-“Apuesta por ejecutivo retirado de vacaciones y sano y ganas”
-“¿Y ganas de que?
-“No, quiero decir que ganas la apuesta.”Ambos rieron y Alberto le preguntó que carrera estudiaba.
-“Bellas Artes, pero tengo amigos en Empresariales de donde son todos esos.”
-“Pues yo he pasado toda la tarde en el Museo de Bellas Artes”
-“¿A que es una maravilla?
– “Por supuesto que lo es. Un antiguo convento secularizado lleno de Murillos, Riveras, Velázquez y Grecos. Sin embargo, he descubierto que me emocionaba mas con los lienzos de un tal Francisco Barrera que viajó de Madrid a Sevilla a primeros del siglo XVII y tiene cuatro obras expuestas que me parecieron modernas.
-“Lo conozco, está en la sala VI. Barrera tiene un trazo grueso que define con firmeza objetos poco románticos como jamones, tocinos o liebres” -La chica parecía exaltada con el recuerdo que le evocaba ese pintor- “Creo que ese trazo firme podría haber revolucionado la pintura con un cambio que no se produjo hasta mucho después posiblemente con los impresionistas. Son cuatro cuadros cada uno de una estación del año. Que caras, que expresión, el viejo del invierno y los jóvenes que aparecen en las demás estaciones. Que vida. Es como si hasta ese momento no hubiera visto nunca una expresión en un semblante.
-“Pero yo he descubierto algo mas: dos hechos insospechados.”
-“Sorpréndeme, retirado de lujo” le dijo con ojos llenos de ironía, haciendo un gesto de adiós a su grupo que salía en ese momento de la taberna.
-“Los cuadros de Francisco Barrera, los que están dedicados a las cuatro estaciones del año, tiene escrito en la parte de abajo los meses que comprenden cada una de ellas. Pues bien, que curiosidad, noviembre que figura en el cuadro del otoño, esta escrito correctamente. Sin embargo, el cuadro del invierno recoge dizienbre con zeta y ene. La zeta no me impresiona, pero antes de be en 1638 ¿se ponía una ene o una eme?
-“Caramba, que observador. Sabes que me vas a facilitar mi próximo trabajo de la Escuela”
-“Si, uno de los dos cuadros esta mal escrito”.
-“Iré a comprobarlo. ¿Y la segunda curiosidad?”, pregunto la chica, mientras Alberto intentaba recordar donde había visto antes esos ojos.
-“La segunda: el cuadro que preside la sala más importante del museo es una enorme Inmaculada”.
-“Lo sé”.
-“Abajo, en varios carteles se explica como en la desamortización, la Iglesia perdió todo su patrimonio artístico y se explican con detalle los dos cuadros de la sala. Al referirse al cuadro básico, el central, añade una foto que curiosamente esta invertida respecto al original, lo que crea cierta confusión porque no hay dos, sino tres Inmaculadas en la sala.
-“También lo comprobare y le sacare partido”.
La chica se levantó.
-“¿Te vas?”
-“Si, tengo que repescar al grupo. Gracias por la información. Adiós, retirado feliz”
-“Adiós, chica aplicada”

Alberto terminó su copa y se quedo pensativo. Tal vez podía haber pedido a aquella chica que se quedara, que le hiciera sentir que todavía era joven, que las cosas que contaba eran interesantes. Tal vez podía haber recordado porque su cara le era tan familiar. De pronto como a través de un túnel en el tiempo, recordó aquellos ojos. Los tenía una preciosa niña a la que en la playa había dado su primer beso. Alberto tenia 14 años cuando sus padres decidieron por recomendación de unos amigos, cambiar su habitual lugar de vacaciones en Zarauz, por un pueblecito de pescadores en la provincia de Huelva, al que se accedía en canoa, porque no tenía carreteras. Puntaumbría era en los años sesenta un paraíso. La playa de arena blanquísima se perdía en el horizonte, desde los últimos chalets que eran iguales y se llamaban las tres Marías. Todo el trasporte se hacia en burro. Las maletas al llegar se cargaban en unas angarillas para trasportarlas a las casas. Incluso algunos contrataban el servicio para llevar a los niños más pequeños a la playa cuando vivían en la zona del “Cerrito”, un bosque de pinos sobre una gran duna natural. El sistema de trasporte con burro era único y universal. Había solo dos excepciones el panadero que te llevaba el pan a domicilio y el medico, ambos disponían de admirados caballos. Con la imaginación y precariedad de la época, el entretenimiento mas extendido era jugar en la playa a “el clavo”. Se utilizaba un gran clavo que dejándolo caer de mil maneras destintas debía clavarse correctamente en la arena. Un día estaba jugando con su hermana Carmen, cuando se acercó una preciosa niña del toldo de al lado y les pidió jugar con ellos. Se hicieron inseparables y el último día de vacaciones, a última hora de la tarde, Alberto se atrevió y le cogió de la mano mientras paseaban por la playa y cuando se sentaron en la orilla, la besó. Se llamaba Gloria y tenía unos ojos idénticos a los de la chica de Bellas Artes. Siempre recordaría a Gloria porque había sido su primer amor.

-“Un poco de romero, caballero”. Un chaval se ha plantado ante Alberto sacándole de sus pensamientos. No tendrá más de diez años, esta gordo y cae simpático.
– “Y ¿para qué quiero yo el romero?”
-“Lo pone sobre la mesilla, le toca las puntas y da suerte”.
-“Y ¿tu lo has probado?”
-”Sí.”
– “Y ¿Te dio suerte?”
– “Una vez”
-”Dame un ramito”.

Cuando se dirigía al hotel, al cruzar la plaza de la catedral se encontró de nuevo con el grupo de estudiantes y se acercó. Al reconocerlo le animaron a unirse. Alberto declinó la invitación pero se acercó a la chica con la que había estado hablando y le pregunto:
-“Tu madre se llama Gloria”
Con la sorpresa en la cara esta le respondió:
-“Si y yo también”
-“¿Y veraneaba en Puntaunbria?
-“Toda su vida”0
-“Pues dale muchos recuerdos de Alberto. Dile que fui el que le dio el primer beso en la playa”
-“¿Y como lo has sabido?
-“Por tus ojos”
Sin salir de su asombro la chica reaccionó. Se acerco a Alberto y le besó en la boca.
-“Ahora podré decir que he besado al hombre que besó a mi madre por primera vez”
Alberto sorprendido y algo azorado porque todo el grupo seguía la escena con atención, le dijo:
-“Como cambian los tiempos. Yo a tu madre la bese en la mejilla”

Se despidió y siguió su camino. Tenía la cabeza embotada, el corazón calido y un ramito de romero en la mano que iba a darle suerte, y mientras admiraba los Reales Alcázares iluminados, pensó: Que tarde más maravillosa he pasado en Sevilla.

Ahora sentado en el porche del chalet frente al mar, recordaba con satisfacción su paso por Sevilla. Había releído su manuscrito y aunque confuso e inconexo, le pareció que reflejaba una evolución en su estado de ánimo. En su permanente búsqueda de ideas para el futuro, en su viaje de Sevilla a Almería, había decidido matricularse el próximo curso en alguna carrera universitaria relacionada con el Arte o tal vez Periodismo. Sin embargo, este propósito fue producto de la euforia momentánea ya que a los dos días de llegar le pareció absolutamente fuera de lugar.

Su plan de vida en el chalet le llevaba todas las mañanas a dar una vuelta en el velero que tenía amarrado en el Puerto Deportivo. Sin apasionarle, le gustaba la vela y aunque siempre se alegraba de ir, le costaba cierto esfuerzo por las mañanas todo el trabajo de los preparativos.

Aparte de la vela y hacer la compra, el resto del tiempo lo pasaba en casa leyendo. El día anterior había terminado un best seller de John Grisham muy entretenido. Ahora sentado en la duermevela de la sobremesa iba a iniciar un libro que le había regalado su hija Marty, recomendándole que no dejara de leerlo en estos días. Al abrirlo vio una dedicatoria manuscrita. “Para mi padre, del que me siento orgullosa porque afronta cada cambio como una nuevo reto. Marta”. Alberto sentía adoración por su hija, pero no había hablado mucho con ella para evitar que sus problemas pudieran influirla. Se hizo el propósito de remediarlo cuando volviera a casa. Y empezó a leer El Alquimista, de Pablo Coelho y la simbología del libro se fue apoderando de él hasta hacerle leer y releer algunos trozos como si fuera un breviario de meditación religiosa, como si contuviera todas las preguntas que él necesitaba hacerse y quizá alguna de las repuestas. Cuando lo termino eran las dos de la madrugada, había leído el libro de un tirón, solo lo dejó para encender la luz eléctrica y coger unas almendras cuando anocheció. A media tarde recordaba algún momento en el que había estado dormido, pero todo había sido un continuo sin fisuras, pasaba de la duermevela a la lectura y de la lectura a reflexionar, no estaba muy seguro si despierto o dormido. Cuando leyó: “todos los demás saben exactamente como debemos vivir nuestra vida y nunca tienen idea de cómo deben vivir sus propias vidas” pensó que solo nunca encontraría la solución, que aunque su fuerza de voluntad y su capacidad de análisis fueran importantes siempre tendría la dificultad del autoanálisis y que necesitaría siempre preguntar a otros. Su mujer le había insistido varias veces para que fuera a ver a un psicólogo, él se había resistido y lo seguiría haciendo, porque no necesitaba una ayuda profesional, necesitaba sencillamente que personas que le conocían pudieran contrastar los avances que él iba haciendo.

El libro contaba la historia de un muchacho que buscaba realizar sus sueños, y cómo distintas personas le iban ayudando en su camino. Cuando Alberto leyó que la mayor mentira del mundo es que “en un determinado momento de nuestra existencia perdemos el control de nuestras vidas y estás pasan a ser gobernadas por el destino”, empezó a pensar que tal vez él había perdido el control de su vida hacia mucho tiempo y que la salida de la Compañía era una ocasión única para reflexionar en lo que quería hacer. En lo que realmente quería hacer. Un poco mas adelante en el libro le daban la solución. Las personas debían buscar su leyenda personal, aquello que siempre desearon hacer. Cuando se es joven todo se ve claro, todo es posible y no se tiene miedo a soñar y a desear todo aquello que nos gustaría hacer con nuestras vidas. Luego el tiempo parece que va apartándonos de la idea que nosotros teníamos de nuestro propio destino. Alberto, enfebrecido, pensaba que su solución seria encontrar de nuevo que es lo que él quiso hacer cuando era joven. Fue también una revelación descubrir los peligros que le apartaban de su objetivo personal, había riesgos de mucho peso, como podrían ser la posición social, el dinero o el poder. Es cierto que el trabajo que había realizado en los últimos 15 años le había dado las tres cosas. Habían sido tentaciones fuertes y había caído en ellas con gusto. El triunfador es un hombre bien recibido en todas partes, tanto en círculos familiares como de amistades, le invitan a fiestas, participa en reuniones con personas importantes, y se le escucha con atención cuando interviene en cualquier conversación. El dinero no le había faltado. Sin ser avaricioso ni ambicioso, había sido muy agradable tener siempre más de lo necesario. Incluso se había permitido el lujo de comprar una cierta tranquilidad de conciencia dando fuertes donativos, incluso llamativos, con una parte de lo que le sobraba. Y por ultimo, había disfrutado del poder sin ostentación, sin exageración, sin imposición, pero sabía que lo que él dijera tendría que ser aceptado. Le bastaba muchas veces una simple mirada para que el interlocutor reculara. Había impuesto su voluntad y su criterio no solamente a sus más de mil empleados, sino a los proveedores e incluso a algunos colegas competidores. Se había creado un mundo ficticio, en el que la practica totalidad de las personas con las que tenia contacto le respetaban como un ser superior. Sí, esa era la palabra: superior, puesto que podía hacer su voluntad e imponer su criterio. ¿Le habían apartado esos peligros, posición, dinero y poder de los que había disfrutado tan ampliamente, de su destino personal? Alberto sospechaba que sí, aunque no sabia muy bien cual había sido nunca su objetivo personal. O quizá, su objetivo personal había sido precisamente tener una posición de poder respecto a los demás y por eso estaba ahora tan desconcertado, porque le habían privado de lo que era su autentico destino. Y ¿si fuera así? y ¿si esa posición fuera imposible de reconquistar?, ¿estaría condenado a la desesperanza el resto de mi vida? Alberto pasaba de la euforia a la decepción sin solución de continuidad.

Otro pasaje del libro le hizo reflexionar sobre el tiempo. “Lo único que existe es el presente. El pasado ya no existe”. Bien lo sabía Alberto aunque intentaba en momentos de debilidad aferrarse a él, “y el futuro no lo ves,- se decía-, porque tienes que escribirlo tú. Solo existe el presente que hoy condicionará mi futuro, pero el futuro será una continuación de presentes, cada uno de ellos capaces de condicionar su futuro”. Le vino a la cabeza la idea del Camino de Santiago como un camino permanente. Había disfrutado enormemente haciendo el Camino y sabiendo perfectamente que no quería llegar, es más alegrándose de haberlo dejado a la mitad, para evitarse la gran decepción al final. Porque el final del Camino es la muerte. Así pues lo importante era estar en el camino, como lo importante era estar en la vida, como lo importante era estar vivo.
Un poco mas adelante el joven protagonista del libro que Alberto había devorado, se decía a sí mismo que no podía apresurarse ni impacientarse, que si actuaba así terminaría no viendo las señales que Dios había puesto en su camino. En definitiva, pensaba Alberto, lo estaba haciendo bien, se estaba dando tiempo suficiente para reflexionar, para considerar todas las posibilidades. Debía seguir haciéndolo así sin tener miedo a que pasara el tiempo. Aunque hombre convencido en que existe una vida después de la muerte, no veía de ninguna forma la mano de Dios detrás del tremendo golpe que le había supuesto la salida de la Compañía, pero evidentemente debía incorporar la idea de trascendencia dentro de su reflexión personal.

Sin cerrar la casa y en plena oscuridad, fue hacia la playa y se sentó al borde del mar. Sobre el negro cielo sin luna, las estrellas brillaban con especial fuerza. Siempre le habían intrigado y casi apasionado los misterios del Universo, de las dimensiones y las distancias. Sentía que su inteligencia era limitada para comprender misterios tan inexplicables como que alguno de aquellos puntos brillantes, hiciera miles o quizá millones de años que ya no existían. Cuando estaba dominado por aquella sensación de paz y de inmensidad, le pareció ver a lo lejos una sombra. Avanzaba hacia él tambaleándose. Alberto sintió un miedo cerval, se puso de pie y se preparó para salir corriendo hacia la casa. Anduvo unos pasos y se volvió, la sombra seguía avanzando despacio. Ya podía distinguirse su contorno. Era un hombre grande y alto, de raza negra. Alberto volvió a iniciar su camino y a su espalda oyó una voz gutural que decía:

“Favor, pan. Favor, pan.”

El día siguiente amaneció precioso, en el puro azul del cielo sin una sola nube. El sol estaba alto cuando Alberto terminó de desayunar en el porche. Se dirigió silenciosamente hacia el dormitorio del hombre al que había cobijado la noche anterior, entreabrió la puerta y vio que dormía profundamente. Volvió al porche y espero.

No había conseguido mucha información de aquel enorme hombre negro. Medía cerca de 1,90 y era ancho de espaldas aunque, estaba muy delgado. Había creído entenderle un nombre que se parecía a Kim. No hablaba nada de ingles. Lo único que era claro es que estaba muerto de frío y de hambre. Todavía Alberto se maravillaba del coraje que había tenido de llevarlo a su casa. Debía estar muy raro porque unos meses antes jamás se le hubiera ocurrido acoger a una persona en esas condiciones. Le arropó con dos mantas y le dio agua y pan, mientras calentaba una sopa de sobre y abría unas latas. El hombre comió vorazmente pero hizo caso cuando Alberto le indico con señas que comiera despacio. Cuando se hubo saciado y pareció recuperado, le había llevado a la ducha y le había facilitado ropa suya. Cuando salió de la ducha, Alberto no pudo reprimir una sonrisa ante aquel negrazo al que sus pantalones le llegaban a la mitad de la pantorrilla y su camiseta parecía a punto de explotar bajo los pectorales. El hombre se dejo acompañar a un dormitorio como si fuera un cordero y prácticamente cayó sin sentido sobre la cama.
Alberto había dormido mal, tenía toda la sensación de riesgo de lo que había hecho. Había acogido a una persona que seguramente había entrado ilegalmente en el país, de la que no sabía absolutamente nada, y que podía ser un asesino… y sin llegar tan lejos que podría tener un problema grave de salud y habría que llevarle a una clínica. Sin embargo, nada de eso parecía, el hombre era manso como las ovejas y una vez que durmiera seguramente estaría recuperado.

Alberto estaba intentando empezar un nuevo libro, una novela histórica ambientada en una investigación sobre la búsqueda del Santo Grial, pero no conseguía concentrarse en la lectura, estaba inquieto por la persona que había acogido. Vio pasar, como otros días, el coche de la Guardia Civil por delante de su chalet. Como siempre, les había saludado, pero hoy rápidamente había centrado su vista en el libro con una enorme sensación de culpabilidad,

Sobre las cuatro de la tarde el hombre se presentó delante de él. No dijo nada, no hizo nada, se quedo de pie esperando. Le llevó a la cocina y le puso delante todas sus reservas y el hombre comió con moderación.

Después sentados en la cocina el hombre dijo en español:
-“Mi nombre es Akim. Yo gracias de tu comida. Yo a Sevilla”
-“Yo me llamo Alberto. ¿Cual es tu idioma?”
-“Wolof. También francés”.
Alberto tenía un conocimiento del francés suficiente para una conversación. Así que se dirigió a Akim en francés.
-“Podemos hablar en francés. Pero habla despacio. ¿Como has llegado?”
Akim en un francés muy cerrado le contestó:
-“Un barco nos dejo en la costa lejos, porque la policía nos había localizado. Yo he nadado muchas horas”
-“¿Veníais muchas personas en el barco?
-“Sí, muchas. Había también mujeres y algunos niños. Yo les dije que mejor no embarcar mujeres, pero no me hicieron caso”
-“¿El barco se hundió?
-“No, no. El barco estaba bien, pero nos localizó la policía y un grupo grande de hombre nos tiramos al mar.
-“Esta bien, luego iré al pueblo a ver si me entero de algo. ¿Quieres ir a Sevilla?
-“Si, tengo un amigo allí.
-“Pero como vas a ir. ¿Tienes dinero?”
-“Tengo poco dinero, pero bastante.
-“Yo te ayudare”

Akim se puso de pie y dijo “Vamos”. Se fue a la entrada y cogió un pequeño hatillo que había dejado el día anterior. Alberto lo alcanzó y lo llevo nuevamente al dormitorio y le señalo la cama. Le hizo un gesto de que durmiera. Después fue al supermercado y compro conservas, fiambres y pan, y se informó de los horarios de los autobuses. Efectivamente en Garrucha el pueblo más cercano, comentaban en las tiendas que la Guardia Civil, había rescatado la patera con 40 personas a bordo y que habían recogido cinco cadáveres en las playas, ahogados. No sabían cuantas personas se habían lanzado al mar. Cuando volvió a la casa, Akim seguía sentado con una mirada inexpresiva. Anocheció y cenaron juntos en la cocina, le entregó una bolsa con todos los alimentos que había comprado para él.

-“Son para ti, para el viaje” y para que lo entendiera le acompañó hasta que los metió en su hatillo, una especia de mochila enorme desgastada. Durante la cena, Alberto hablando muy lentamente con su francés oxidado comentó:
-“Estoy contento de poderte ayudar- Akim asintió con la cabeza- Pero me pregunto si te ha merecido la pena todos los esfuerzos para llegar hasta aquí.
-“Yo estoy muy contento de estar aquí. Lo conseguí esta vez.
-“¿Ya lo habías intentado?
-“Si y me devolvieron a Senegal. Por eso yo debo de estar oculto”.
-“De acuerdo. Ya te he dicho que te ayudare. Te sacare un billete de autobús para Sevilla. ¿Pero dime tienes familia?
-“Mis padres y seis hermanas. También tengo una novia”.
-“Y porque has venido, arriesgando la vida. ¿Tan mal estabas?
-“En mi país no hay ninguna posibilidad. Es un país pobre y cada vez las cosechas son perores. No hay trabajo. No hay oportunidades. La gente pasa hambre”.
-“Y que esperas hacer aquí”.
-“Puedo ser mecánico o albañil, y tengo un amigo en Sevilla que me ayudara a buscar trabajo”.
-“¿Y piensas volver?”
-“No lo sé. Ahora solo quiero llegar a Sevilla y encontrar un trabajo”.

Después de la cena volvió a ponerse de pie y dijo “vamos”. Una vez más Alberto le llevo al dormitorio y le señaló la cama.

-“Akim, aquí estas seguro. Aprovecha para recuperar fuerzas. No tengas prisa y descansa”

Al día siguiente preparó una bolsa de viaje con las ropas más amplias que tenia y después de desayunar le indicó con gestos que metiera en ella todas sus pertenencias. Cuando hubo terminado fue Alberto el que le dijo “Vamos”. Lo llevo al coche y entonces se dio cuenta de que Akim iba descalzo. Como sus zapatos no le servían se acercó a una tienda de la playa y compro dos pares de zapatillas del mayor tamaño posible. Aunque el autobús a Sevilla pasaba por Vera, un pueblo grande cercano a la playa, Alberto prefirió llevarle a Almería capital para evitar algún posible control en las proximidades del sitio donde había llegado la patera. En la estación de autobuses le saco un billete y se lo entregó con 300 € y una tarjeta con su nombre, dirección y teléfono.
-”Si alguna vez me necesitas, llámame a este teléfono”
-“Merci beaucoup” agradeció Akim
-“Una ultima cosa” le dijo Alberto bajando la voz” quítate esa expresión de culpabilidad que llevas en la cara”
Akim asintió mientras subía al autobús.
Alberto lo acompañó hasta que el autobús salió.

Al volver al chalet de la playa Alberto se sintió muy animado. Había vencido muchos miedos y prejuicios haciendo lo que había hecho, y, sin embargo, también se sentía culpable por no haber hecho más por aquel hombre. Pensó que Akim le había ayudado mucho. Había vivido su paso por la casa como una aventura y le había permitido olvidarse de sus miedos y sus incertidumbres y sentir el enorme placer de ser útil e importante para alguien. La experiencia vivida le hacia relativizar todos sus problemas. También, debía reconocerlo, sentía el placer de haber hecho algo prohibido. Que desesperación debía tener Akim para dejar su pueblo y su país, y hacer un viaje lleno de incertidumbres en el que arriesgaba la vida para buscar un futuro mejor. Sí, efectivamente, la aventura de Akim daba sentido a muchas cosas. Alberto se avergonzaba de su falta de carácter para afrontar sus problemas, o su falta de inteligencia para analizarlos prácticamente y darles la importancia que tenían. Todo dependía, sin embargo, de las situaciones, pues él había sido siempre un luchador y muy probablemente si hubiera nacido en una pequeña aldea del centro de África habría sido de los que cogen “la patera”. Para coger la patera, hay que ser emprendedor y arriesgado, hay que ser de los que más empuje tienen. Se preguntó porque no queremos que vengan, si son los mejores. Tal vez en su tiempo libre él podría echar una mano y poner su pequeño grano de arena para colaborar en este enorme drama humano.

Recordaba ahora una ponencia que presentó en un congreso sobre deslocalización, en la que mantuvo frente a todas las posturas negativas de sus colegas, que la deslocalización era un magnifico sistema para crear puestos de trabajo y evitar la inmigración ilegal. Sí, quizá él pudiera hacer algo, algo también para concienciar a la sociedad, para proponer soluciones. Podrían establecerse escuelas para que por lo menos los que llegaran hablaran el idioma y tuvieran un mínimo de formación profesional, y los que pasaran los exámenes tendrían su visado autorizado, y podrían venir con sus familias y hasta podrían inscribirse en las oficinas de empleo. Alberto soñaba despierto. “No seas ambicioso, se dijo, pero cuando vuelvas a Madrid intenta hacer algo”.

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3 Respuestas a “El desahucio del Rey del Mundo. Capitulo XII.Buscando el camino.”

  1. Octavio dice:
    marzo 6th, 2011 a las 16:58

    Muy bueno, me ha encantado.

  2. Antonio dice:
    marzo 16th, 2011 a las 12:21

    Jaime y Paco,
    lamento leer ahora este capítulo y hacer este comentario tardío, pero creo que el Hotel al que os refierís cerca de la Catedral de Sevilla, en el primer párrafo, es el Hotel los Seises, de 4 estrellas, (le va bien a Alberto), caserón antiguo del barrio que tiene una maravillosa vista de la Giralda desde su terraza con piscina, y puedes aprovechar para hacer una breve semblanza histórica de los Seises, niños cantores y bailarines que vivían del clero, cuya historia viene del Renacimiento, y actuaban en determinadas fechas en la Catedral. Ahí va la idea por si os sirve, si no os encaja, rechazarla.
    Saludos.

  3. Francisco Martinez dice:
    abril 22nd, 2011 a las 22:05

    Paco muy bueno. Me gusta mucho todo lo planteado, su salida y sobre todo el aprendizaje de la experencia. Me parece muy auténtico.

Comentarios

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