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El desahucio del Rey del Mundo. Capítulo VI. El Camino.
Por Francisco Betes | enero 23, 2011
La subida al Alto del Perdón había sido muy dura y les había costado cerca de dos horas. Es uno de los tramos exigentes del Camino de Santiago que se encuentra a la salida de Pamplona. Alberto y su amigo Jesús se encontraban sentados en una roca admirando el paisaje y disfrutando de una coca-cola especialmente fresca y unas galletas que habían adquirido “por la voluntad” a un personaje extravagante de acento indefinido que ofrecía ayuda a los peregrinos con todo tipo de vituallas en una furgoneta destartalada. La temperatura agradable y la vista era magnifica inducían al descanso y la charla.
Jesús Plaza, su amigo de siempre, su amigo recuperado, le había convencido de hacer el Camino de Santiago.
-“Podemos hacer el principio, saliendo de Saint Jean Pied de Port en Francia, atravesando los Pirineos y luego ya veremos hasta donde llegamos”.
Se dejó convencer muy rápidamente porque evitaba un momento al que sentía pavor: encontrarse en su casa sin nada que hacer. El Camino le permitía llenar los primeros días de una situación nueva a la que tenía miedo enfrentarse. La alegría con que Marta, su mujer, acogió la idea le preocupó. Tal parecía que empezaba a sentir el problema de no saber que hacer con él. Jesús le había contado la historia o el chiste de aquella casa de un prejubilado en el que la asistenta pregunta a su mujer: “Señora, ¿donde pongo al Señor para limpiar el salón?” Alberto, durante los días de preparación del Camino tuvo la misma sensación, aunque seguía yendo cada día a la oficina en función del acuerdo de salida y todavía le quedaban más de dos meses. Pero cada vez tenía menos sentido su presencia. Intentaba levantarse mas tarde pero es difícil despertarse más tarde cuando los ruidos de la casa son distintos y durante treinta años se ha sido el primero en salir. Su propia vivencia no había sido muy distinta a la del chiste. La sensación de constituir un estorbo, algo no habitual en la forma en la que se desarrollan esas primeras horas de la mañana en la casa, le habían hecho soportar mal no ir corriendo a trabajar y ser el primero en salir de casa. Él, acostumbrado a ser un hombre agobiado, corriendo siempre de un lado a otro, con el tiempo justo para atender a las personas que querían hablar con él, para resolver y decidir los problemas sobre la marcha, de pronto se encontraba con que le sobraba el tiempo y no sabia que hacer con el. Por eso, la idea de tomarse unos días libres le encantó. El Camino había sido una solución. Primero los preparativos, las compras del equipo, el poder contar que se tenían planes y después lanzarse a la aventura.
Unos antiguos compañeros del Banco de Jesús les habían acompañado y comido con ellos el día anterior en Saint Jean Pied de Port, inicio en el lado francés del Camino de Santiago. Durmieron esa noche en ese pueblecito de frontera que ha guardado muy bien el sabor medieval de su época de esplendor. A la mañana siguiente se pusieron en ruta a las nueve de la mañana. El inicio es muy duro. Una cuesta empinada constituye los 5 primeros kilómetros de la jornada. Cuando consiguieron superarla eran ya las 11 y Alberto por unos momentos temió no dar la talla. Se puso con ánimo de nuevo en marcha después de unos minutos en una fuente en la que rellenaron las cantimploras. Ahora en su cuarta etapa, se consideraba ya un experto y no le asustaba el esfuerzo, porque había aprendido también a regular su esfuerzo, a dosificarlo con cabeza.
La excitación de la aventura le había hecho olvidar rápidamente sus problemas. El Camino de Santiago se convertía a sus 54 años en un reto, y en una forma de vivir distinta. Además, Jesús siempre había sido un amigo excelente. Era un hombre que atraía por su solidez, propia de las personas que saben lo que hacen y tienen criterio para afrontar todas las situaciones. Tenían la misma edad, pero Jesús gozaba de una forma física envidiable, producto de su esfuerzo diario de cultivar su cuerpo después de abandonar el Banco. Es cierto que los últimos años, muchos últimos años, habían estado más distanciados. No es fácil cultivar las amistades cuando se tiene una fuerte presión de trabajo y cuando cada vez más Alberto se había acostumbrado a salir los fines de semanas. Invitaciones, excursiones, cacerías, o pequeñas escapadas para intentar aprovechar algo el velero en el que gastaron mucho dinero e invirtieron muchas ilusiones y que tan poco habían usado después. Esto hacia una vida totalmente llena de actividad y que era difícil compaginar con la charla reposada con los amigos. Sin embargo, su amistad con Jesús había prevalecido. Se conocieron en el colegio y coincidieron en la universidad por lo que a pesar de los años en los que habían mantenido menos contacto, seguían teniendo ese nivel de confianza que permite hablar de todo con un amigo. Habían ido viviendo las etapas de la vida al mismo tiempo, lo que siempre les había dado una comunidad de intereses. Las notas en el colegio, sacar los cursos en la carrera, las primeras novias, los primeros trabajos, el dinero, la progresión profesional, los hijos, la culminación de una carrera y el vacío final con la salida. Sí, la prejubilación de Jesús del BBVA que se había producido tiempo atrás, ahora les aproximaba de nuevo en cuanto a sus preocupaciones y objetivos al ponerlos en una situación similar.
Jesús era algo mas alto que Alberto, aunque no lo parecía porque era un hombre de anchos hombros y toda la vida había tenido una cierta tendencia a la obesidad. Conservaba a sus 54 años todo su pelo sin canas lo que le daba un aire mas joven, sobre todo desde que se había centrado en cuidar su forma física y casi había conseguido eliminar totalmente su vientre voluminoso. Corría casi todos los días, y asistía a sesiones de entrenamiento tres veces a la semana.
-”No dejes de hacerlo” había recomendado a Alberto” es una de las cosas mas importantes de esta nueva etapa. Te hace sentir tu cuerpo, cosa que nos ha sido imposible en todos los años en que nuestra vida giraba alrededor del trabajo”.
-“No creo que sea capaz de correr. Me dan miedo las rodillas”, argumentaba Alberto a la defensiva.
-“Si yo puedo hacerlo, tu con 15 kilos menos serás un magnifico corredor de fondo. Sin alharacas ni machadas. Corriendo por el placer de correr. Te conozco y dentro de un par de años estarás corriendo carreras populares. Por ejemplo, la San Silvestre Vallecana, el 31 de diciembre”
Jesús era una persona reflexiva y observadora que parecía siempre ver un poco más allá que los demás. Alberto respetaba lo que él llamaba “los silencios de Jesús”, durante los cuales tu podías hablarle de cualquier tema sin tener la seguridad de que te estaba escuchando. Horas después, como si hubiera madurado lo que quería decir, te contestaba con una reflexión magnifica: un hallazgo. Alberto lo conocía bien y no se sentía molesto con aquellas ausencias. En el fondo lo admiraba como hombre de criterio y en esta nueva etapa, estaba pendiente y casi dependiente de su amigo. Empezaba a entender que su vida anterior había estado estaba sumida en una tormenta perfecta, esa que evita plantearse preguntas, y que en la nueva etapa debía no solo hacerse muchas preguntas, sino también procurar encontrar las respuestas.
Disfrutando de la brisa fresca en el rostro, Alberto aprovechó el descanso para quitarse las botas y los calcetines y revisar cuidadosamente cada una de las rozaduras y ampollas que tenia en los pies. A pesar de las recomendaciones, y de las compras teóricamente adecuadas, no había podido evitar tener los pies machacados. Jesús le observaba y le daba consejos para proteger las zonas con rozaduras con unas tiritas plásticas que hacían maravillas.
Desde que salieron Jesús se había mostrado alegre y animado, dándole consejos permanentemente para afrontar mejor el esfuerzo del Camino y escuchando atentamente las reflexiones y los problemas que le planteaba, siempre con una sonrisa cómplice de compresión y con algunos comentarios cortos que en su estado de avidez, a Alberto le habían parecido auténticos descubrimientos. Cuando atravesaron los Pirineos, Alberto comentó que le gustaría ver su futuro con la claridad con se divisaban las cosas desde allí arriba y no como lo percibía en ese momento, como un profundo precipicio, un oscuro túnel ante el que se sentía indefenso.
-“¿Como será ahora mi vida? ¿Para que sirvo? De pronto me he dado cuenta que sé hacer muy pocas cosas practicas.”-Una y otra vez en las largas horas de marcha, Alberto dejaba escapar sus miedos-” ¿Que utilidad tiene un general sin soldados? Siempre he sabido hacer hacer, pero seria un pésimo Robinsón Crusoe”.
Jesús normalmente escuchaba sin responder, dejando que su amigo fuera soltando todo su lastre. En una ocasión, después de unos minutos de silencio en los que solo se percibía el jadeo de sus respiraciones, y cuando ya Alberto pensaba que no iba a contestar, le dijo:
-“Tu problema es que solo miras hacia atrás, quieres aferrarte a lo que ya no tienes, quieres construir el futuro lo mas parecido posible a tu pasado. Tal vez te ayudara una frase que he leído en algún sitio: Piensa que hoy es el primer día del resto de tu vida”.
Después de aquello caminaron mucho tiempo en silencio. Prácticamente no intercambiaron palabra hasta llegar al final de su tercera etapa en Pamplona.
Por las noches, antes de dormir, Jesús escribía en un pequeño cuaderno. La noche anterior en un hostal de Pamplona, Alberto le pidió que le dejara leer su diario.
-“No es un diario, son pequeños relatos pero si te interesan, aquí los tienes”, le dijo tendiéndole la libreta. “El primero se refiere a la Misa del Peregrino que oímos en Roscenvalles, ¿te acuerdas?”
-Como no me voy a acordar. Después de estar todo el día sin comer.
-Perdona. Eso fue un fallo mío. No sabia que en todos los Pirineos no había ni un chiringuito en el que nos dieran algo de comer”.
-“Lo peor fue cuando al llegar al hotel de Roncesvalles nos dijeron que la cena no se servia hasta que terminaba la Misa del Peregrino. ¡Que hambre!”
Alberto se recostó en su cama y con gran curiosidad empezó a leer las notas de Jesús.
LA CONVIVENCIA DE LOS SANTOS
La sala estaba en penumbra, los bancos crujían levemente cuando la gente se sentaba, y eso era lo único que rompía el silencio que llenaba el enorme espacio hasta la bóveda.
Hacia un buen rato que se acabaron los arrulladores rezos, y la sala ya casi llena esperaba el inicio de la Misa del Peregrino, la que da inicio a la larga marcha de mas de 800 kilómetros que conduce de la frontera francesa a Santiago.
Empezaron a entrar en fila los monjes del monasterio de Roncesvalles.
Vestidos con sus amplios hábitos blancos, que la moda no ha conseguido cambiar desde la Edad Media, representaron bien la imagen que debe tener un monje. Majestuosos, sin altivez ni soberbia, fuero colocándose en semicírculo alrededor del altar de cara al público.
En el momento de situarse, uno de ellos cedió ostensiblemente el sitio, más próximo del centro, en el que se había situado el padre abad, al monje que le seguía. Fue un gesto nimio, y, sin embargo, no pude apartarlo de mi pensamiento durante toda la ceremonia.
¿Cómo era la convivencia de aquellos ocho hombres santos en aquel apartado lugar, en plenos Pirineos y con largos meses invernales, en los que la nieve les mantendría aislados? Empecé a observarlos con mas atención, no como un magnifico conjunto de hombretones buenos que con sus recias voces llenaban el alma de sosiego, sino como individuos con personalidad propia.
El abad, el más menudo, estaba claramente por encima de los demás, y no participaba en las rencillas y fobias, cosa fácil de hacer cuando la autoridad no es discutida y se asume con facilidad el papel conciliador.
Con todo, algunas miradas de dulce reprobación y un deje de cierto cansancio en la voz presagiaban que el rebaño estaba próximo a terminar con su paciencia.
El monje que se había visto ceder el sitio de honor, era un claro aspirante a la sucesión. Había agradecido con un leve gesto de cabeza la atención recibida, y ahora atendía solicito al oficiante, pero erguido de tal manera que en algún momento cabía pensar que pudiera caerse hacia atrás.
La lectura la hizo él mas joven, un hombre en la cuarentena, casi calvo y con esa recia gordura y corpulencia que se agradece en un monje porque nos ratifica en la idea que tenemos de lo que debe ser un monje. Leyó bien, con ritmo y dicción perfecta, pero había algo de engolamiento en la voz ¿o solo era su deseo de trasmitir aquellos bellos pensamientos de la forma más persuasiva? Observe al grupo y pude notar una cierta crispación en el segundo monje por la izquierda, el que había cedido el paso, que sin duda aceptaba la precedencia de monje erguido, pero no la de aquel novato engreído.
A la derecha del prior, un monje bajo y delgado, con poco pelo a los lados de la cabeza y ninguno sobre ella, atendía ceremonioso las necesidades del oficio religioso y con expresión de paz, no parecía tener ningún problema de relación con los demás, tal vez porque a pesar de su puesto de privilegio, no mostraba ninguna ambición de suceder a su superior. A su lado un monje mas alto que el, con nariz afilada y ojos saltones, disfrutaba luciendo su voz fuerte y profunda que claramente destacaba en los cánticos de los salmos, y que el monje mas joven no conseguía igualar a pesar de sus claros esfuerzos.
En ambiente de recogimiento y devoción, la misa había terminado, y el superior nos dio su bendición, pero anuncio una bendición especial a los peregrinos, a los que nos pidió que nos aproximáramos al altar.
El monje a la derecha del prior, el que parecía sobrevolar sobre las rencillas de los otros, avanzo entonces y ocupo el lugar en el centro del altar, mientras el resto, se mantenían en semicírculo al fondo.
Nos dijo que desde tiempo inmemorial en aquel Monasterio se bendecía a los peregrinos con una formula incambiada, anunció que en la sala había peregrinos de ocho nacionalidades y de diez regiones españolas, y a continuación dio la bendición en español, pero siguió en francés, en ingles, en alemán, en italiano, en catalán, en vasco y en gallego.
Esta larga ceremonia fue soportada como una penitencia por el monje erguido, el claro sucesor, que debía conocer menos lenguas. Pensé que su posición estaba comprometida porque también cantaba peor que el monje de la nariz afilada, y leía con menos claridad y sentimiento que el monje joven. Termino el acto y, como entraron, los ocho monjes desfilaron por delante del altar hacia el Monasterio.
En aquel momento pensé que aquellos ocho seres se estaban haciendo merecedores del paraíso, y no por sus renuncias, sino porque el infierno de la convivencia los purificaba.
Al terminar de leer, Alberto le dijo:
-“O eres muy buen observador o tienes una gran imaginación porque yo no vi nada de lo que aquí dices, y hemos estado en la misma ceremonia. En cualquier caso me parece un relato muy deprimente”.
Jesús respondió con voz adormilada:
-“Tu tenias demasiada hambre para ver nada. Ya lo comentaremos”.
Se dio media vuelta y se dispuso a dormir.
Al día siguiente continuaron el Camino. Habían dejado atrás el Alto del Perdón, y ya habían olvidado el sonido molesto de las enormes hélices de los molinos que aprovechan la energía del viento. Cuando llevaban un buen rato andando, Jesús rompió el silencio.
-“Me dijiste que el relato sobre la convivencia de los monjes de Roncesvalles te había parecido deprimente. Llevo un rato pensado en ello. Creo que lo que es auténticamente deprimente es vivir en medio de la agitación permanente que hace que la vida se te escape entre los dedos como el agua. Lo que nos hace hombres es buscar la felicidad, pero buscarla conscientemente. Los monjes han buscado ese sentido y lo han encontrado, con todas las dificultades o con la satisfacción de luchar por lo que consideran importante”. Cambiando de tema añadió: “Y ahora sigamos que nos queda un buen trecho hasta Puente La Reina”.
La bajada del Alto del Perdón fue dura, llena de guijarros y la hicieron en silencio. Alberto tenía una pregunta en la cabeza pero no encontraba la forma ni el momento de plantearla. Cuando ya se divisaba a lo lejos el fin de su etapa, pregunto a su compañero:
-“Oye Jesús, y tu has encontrado ese camino hacia la felicidad del que hablas”.
-“Todavía no” fue la respuesta, “pero me preocupo por encontrarlo todos los días. Me digo que soy un privilegiado, sin problemas económicos, ni de salud, aun soy joven, tengo una familia maravillosa y solo me falta encontrar el proyecto que de sentido a todo”.
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12 Respuestas a “El desahucio del Rey del Mundo. Capítulo VI. El Camino.”
Comentarios
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enero 24th, 2011 a las 17:56
¡ Caramba Paco¡ Se diría que la descripción que haces a veces de los personajes podría perfectamente ser el fiel reflejo de cualquiera de nosotros. Está muy bien y yo, aunque no he hecho el Camino (todavía), siempre he recibido magníficas opiniones de todos aquellos que sí que lo han emprendido.
Además es una magnífica metáfora del viaje «interior» que debe emprender Alberto.
Este capítulo me ha parecido un estupendo cambio de ritmo que por otro lado nos predispone, con más ganas si cabe, a los próximos capítulos en los que imagino que la trama sigue «cocinándose». Un abrazo.
enero 24th, 2011 a las 20:09
Veo con regocijo que has diversificado el tema, has enriquecido la personalidad de los protagonistas y has dado más agilidad a las descripciones. Dice mucho en tu favor el que hayas aceptado sin discusión, e incorporado al texto tal y como me lo indicaste hace unos días, algunas de las sugerencias que te han hecho tus amigos.
Continúas por el buen camino.
¡El Pulitzer es tuyo!
enero 24th, 2011 a las 20:47
Siempre contesto después de Jaime, con el que suelo muy de acuerdo. Me ha parecido muy interesante el tema del Camino, que entiendo dará tiempo y espacio para conocer en próximos capítulos la personalidad del protagonista y de los personajes que le van rodeando más en profundidad. Hasta el lunes con ansia…..
enero 24th, 2011 a las 21:11
¡caramba con el capítulo! tomo un cambio de estilo, de contenido, de atmósfera! Magnífica sorpresa
enero 24th, 2011 a las 22:50
En este capítulo si que describes el entorno. Vas bien.
enero 24th, 2011 a las 23:59
Imagino que como ex DG y persona de exito en capitulos posteriores tomara la acción,pero echo en falta un mayor protagonismo de lo que esta sucediendo ,le sobrevienen las cosas y algunos pensamientos ya son derrotistas ,salvo que el personaje vaya a seguir por ese camino (que creo que no)
enero 26th, 2011 a las 13:55
El Camino, que yo sí he hecho, puede dar para mucho…Sería interesante encontrar(lo que es normal), a alguien haciéndolo, que trabajara en la Compañía en la casa matriz ( hay muchos extranjeros en el Camino), y ampliar la trama.
Digo ésto, porque sólo el Camino, da para otra novela, y o sólo hacen algunas etapas, o perderiamos la riqueza del mismo.
enero 26th, 2011 a las 20:20
Paco te felicito esta capitulo es muy bueno. Hace algun tiempo lei un libro de una persona que paso por el Foro y que se llama Cubeiro, que tiene por titulo»la sensacion de fluidez» y que me ha recordado a este capitulo aunque te reconozco que es mejor que el libro. Solamente una precision tecnica, la lectura de las notas de Jesus creo que deberias destacarlas de alguna manera o bien metiendo el margen o resaltandolas en negrita, para que no se confunda con el texto general.Lázaro.
enero 26th, 2011 a las 20:22
Perdon por hacer dos comentarios. O me he perdido o no recuerdo haber leido las condiciones economicas de la salida. Si no se han producido todavia quizas sea un poco prematuro la sensacion de derrota que tiene Alberto. Hasta el fianl siempre creo estas mas alerta. Lázaro.
enero 26th, 2011 a las 21:39
Gracias a todos por vuestras aportaciones.
Aunque ya tenia un esqueleto, el relato va adoptando muchas de vuestras sugerencias.
Por otra parte es curioso como los comentarios reflejan tambien la personalidad del que los hace. Joaquin por ejemplo renuncia a identificarse con un ser que empieza a parecerle pusilanime. Yo creo que no lo es, pero si que esta exteriorizando las dudas que todos podemos sentir en momentos dificiles y que normalmente nos guardamos para nosotros mismos. Quedan aun capitulos en los que pasara por este calvario. Pero no es pusilanime, ya lo vereis.
A Lazaro, perdon pero la tecnologia no es lo mio y el texto en cursiva desaparecio en la publicacion en el blog.
Por ultimo, las condiciones de la negociacion se cerraron al final del capitulo IV.
FBetés.
enero 27th, 2011 a las 16:23
Buen capitulo, aunque supone un salto un poco brusco con la trama anterior. Parece que a Alberto ya no le inquieta el injusto trato recibido, aunque si no saber Que hacer con su futuro.
Recuerdo haber hablado con un monje que me dijo que el principal sacrificio era la convivencia con los otros monjes, como sugiere el relato de Jesus, que parece un buenisimo observador.
Quizas Alberto podria hacer algun comentario buscando analogias
enero 28th, 2011 a las 23:18
De acuerdo las condiciones de salida estan en el capitulo IV pero acordaras conmigo que siendo un tema tan importante deberia ser algo mas explicito.