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Soy Frank Sunny y acabo de nacer. Un cuento.
Por Francisco Betes | diciembre 8, 2011
Soy Frank Sunny y acabo de nacer. Fue una formidable explosión. En décimas de segundo aparecimos de la nada un montón de cuerpos que nos expandimos por el espacio a toda velocidad. Creo que acaba de suceder, aunque también es posible que fuera hace mucho tiempo y solo ahora yo tome conciencia de mi existencia.
Soy un astro luminoso que me paseo por un espacio enorme e inabarcable. Soy grande si me comparo con los astros que puedo ver a mi alrededor y cada vez me siento más fuerte. Tengo una gran energía que se produce en mi interior y que sale hacia afuera en forma de rayos de luz y calor que ofrezco generosamente a todo mi entorno.
Observo cerca de mí una gran cantidad de pequeños planetas que como si fueran mis súbditos giran permanentemente en torno a mí. Me gusta intercambiar información con los que son como yo. Grandes soles con los que me cruzo y de los que aprendo, pero siento debilidad por mis planetas, tan pequeños, tan dependientes…
Cuando mis colegas están cerca, a menos de mil años luz, acertamos a charlar sobre lo que somos y de dónde venimos. En esas conversaciones, he comprendido que son mis hermanos, pues nacieron en el mismo momento que yo. Sin embargo, tengo la impresión de que todavía soy joven y me queda mucho por descubrir.
Con mis planetas no hablo mucho. Los veo tan insignificantes, que siempre he pensado que son ignorantes. No obstante les tengo aprecio y sigo con curiosidad como evolucionan. Hay tres de ellos que se sitúan entre los 250 y los 500 millones de kilómetros de mí, que están teniendo grandes modificaciones. Se han enfriado primero y luego se han ido cubriendo de una sustancia liquida que actúa como un bálsamo en el que están surgiendo criaturas diminutas, pero muy activas que van trasformando la superficie de sus planetas. Yo procuro ayudarles con mi luz y energía. Tengo que tener cuidado porque un simple descuido, por ejemplo, una explosión en mi superficie mal controlada, les causa heridas irreparables. Para identificarlos, he numerado a mis planetas partiendo del 1 asignado al que está más cerca. Nano 1, el pobre, esta abrasado por mi calor y no puedo hacer nada para remediarlo. Seguramente acabara consumido con el tiempo. Los tres con evolución propia en su superficie son mis favoritos: Son Nano3, Nano 4 y Nano 5. Del Nano 6 hasta el Nano 14 que es el último, están permanentemente cubiertos por una atmosfera helada, ya que mis rayos les llegan debilitados por muchos esfuerzos que yo hago.
Nano 3 es el que está evolucionando más rápido. Lo veo trasformar el color de su superficie que está tomando un precioso tono azul y verde. Me gusta mucho observarlo, aunque dada su pequeñez no consigo nunca entender lo que dice, si dice algo.
He tenido una experiencia reciente alucinante. Me crucé con un sol cientos de veces mayor que yo. Se llamaba Bob. Le pregunte si éramos hermanos y él sin prepotencia me contó que no. El procedía de otra explosión mucho más antigua y aunque le veía tan grande y poderoso, estaba ya muy mayor y notaba que la fuerza de su núcleo empezaba a flaquear. Le pregunté qué pasaría después y me dijo que no lo sabía. Comprendí que el universo era muy grande y que guardaba aun muchos misterios para mí. Hablamos de sus planetas. Un sol tan grande debería tener muchos, pero me sorprendió.
-Solo tengo tres, y han sido para mí, la mayor alegría y la mayor tristeza de mi vida.
-Yo nunca les había dado tanta importancia, le dije.
-Te equivocas. Con la edad te darás cuenta que son ellos tu razón de existir. Me alegró muchísimo cuando en diferentes etapas de su vida en función del calor que de mi recibían llegaban a un estadio de trasformación maravillosa que hacía brotar en ellos una vida independiente.
-¿Que quieres decir?
-Mira Frank, me dijo con el cariño de un padre, tú y yo somos grandes astros, generosos en ofrecer sin contrapartida toda nuestra energía a los demás, pero estamos sujetos a leyes inexorables que marcan nuestro comportamiento. Nacimos, vivimos y desapareceremos de acuerdo con unos parámetros fijos y determinados. Hay un sistema de gravitación universal que rige nuestras vidas. No somos libres.
La verdad es que las palabras de Bob me dejaron muy impresionado. Nunca hasta entonces había sentido la falta de libertad y he de reconocer que a partir de entonces mi optimismo congénito se veía tenuemente nublado por un halo de melancolía. Ya no podía ser totalmente feliz, porque no era libre. Empecé a buscar algún aspecto en el que pudiera demostrar mi libertad. Lo intenté por todos los medios y después de arduos esfuerzos comprobé que podía regular ligeramente las turbulencias en mi superficie si controlaba los procesos de combustión en mi núcleo. La diferencia era mínima y el esfuerzo enorme, por lo que dude si merecía la pena. Al fin, decidí que sí, porque la libertad por pequeña que sea siempre merece la pena. Además observé que Nano 4 y Nano 5 aceleraban su proceso de trasformación y que microscópicas formas de vida independiente se generaban en su superficie. Yo ya era un astro maduro cuando Nano 3, mi preferido, el que había iniciado todo el proceso de creación de vida independiente, empezó a cubrir su superficie con una capa gris que no presagiaba nada bueno. Las maravillosas criaturas que la vida había creado, generaron tal cantidad de aquel residuo asqueroso que el planeta, mi favorito, sucumbió. No pude hacer nada salvo llorar aquel desastre y continuar con mis esfuerzos para que Nano 4 y Nano 5 progresaran. Para mi satisfacción en un corto espacio de poco más de un millón de ciclos, ambos lucían una vida rica y prometedora. Una aclaración para los que puedan leer esto y pertenezcan a otro sistema solar: los ciclos miden el tiempo que mi planeta 1, tarda en dar la vuelta completa a mi alrededor y corresponde aproximadamente a unos 28,5 años terrestres. Un día descubrí que minúsculas naves eran enviadas por aquellos seres vivos independientes de Nano 4 a Nano 3. Me llenó de alegría. Posiblemente conseguirían que la vida volviera a existir allí. Pero no fue así. Se limitaron a recoger algunas sustancias que les interesaban y dejar una pequeña base que no ayudaba en absoluto a revitalizar el planeta.
En cualquier caso, Nano 4 se desarrollaba bien y no había caído en el error de su hermano 3 de expandir en su espacio aquella sustancia gris asesina. Nuevas naves de Nano 4 partieron, en esta ocasión a Nano 5. Me alegró pensar que los que yo consideraba mis hijos establecerían relaciones de amistad con sus hermanos.
Pero no fue así.
Las naves eran portadoras de pequeñas armas infernales. Nano 5 se defendió como pudo y un día vi que la vida en los dos planetas había desaparecido. Me lleno de tristeza. Poco podría hacer yo para que el fenómeno volviera a producirse.
Entendí las palabras de Bob de que los planetas eran la mayor de las alegrías y la mayor de las tristezas para nosotros.
Han pasado miles de millones de ciclos desde aquello y no he vuelto a observar vida en ninguno de mis planetas a pesar de que puedo asegurar que he hecho todo lo que he podido, a veces con esfuerzos terribles para orientar mi energía. Ya soy un astro mayor. He engordado mucho y mi energía está más limitada. Noto como decía Bob que mi núcleo está débil.
Presiento que mi fin está cerca y siento tristeza porque aquella vida que durante un periodo minúsculo de mi existencia observé, duro tan poco.
Llegó el momento. Mi núcleo colapsa y siento que me encojo a una velocidad enorme, pero por un momento el proceso se estanca y me encuentro convertido en una estrella mucho más pequeña de luz muy potente. He visto algunas así antes, las llamaba enanas blancas, pero no sabía que eran grandes astros reducidos.
Mi nueva situación me hace ver la realidad con otros ojos. Los que antes me parecían astros insignificantes, ahora los miro con atención. Descubro que la soberbia es una tentación irresistible del poderoso, y que basta cambiar de posición para observar lo absurdo de ese engreimiento.
No me siento cómodo en mi nuevo estado. Tengo una sensación de inestabilidad. Presiento que algo más va a pasar. De nuevo siento que el colapso en mi núcleo se reproduce. Ahora sé que es el fin. La fuerza centrípeta tiende a concentrarme en un solo punto. La implosión es tan fuerte que en mi proceso de colapso empiezo a engullir a todos mis planetas. De forma inmediata y a una velocidad vertiginosa la fuerza irresistible que se ha generado en mi interior, como si se tratara de una enorme boca hambrienta, atrae y aniquila a miles, a millones, de cuerpos celestes que estaban a millones de años luz.
Yo que toda mi larga vida he sido un ser generoso que siempre he regalado mi energía sin pedir nada a cambio, hoy me convierto en el más egoísta de los entes, me apodero de todo lo que encuentro para sepultarlo en un núcleo minúsculo. Pero ya no soy yo. Me he convertido en un agujero negro y desgraciadamente debo reconocer que mi tremendo poder y mi ansia satisfecha de dominio generan en mí una cierta sensación de placer. Y entonces por un momento, antes de perder totalmente mi identidad, vislumbro las oscuras razones por las que la vida fue imposible en mis planetas.
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