El desahucio del Rey del Mundo
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Soy Frank Photon y acabo de nacer. Un cuento.

Por Francisco Betes | octubre 15, 2011

Soy Frank Photon y acabo de nacer. Para ser tan pequeño voy a toda velocidad. Durante miles de años antes de nacer estuve en el interior de una estrella que ya está muy mayor. Tengo la impresión que voy a ser uno de los últimos miles de millones de fotones que van a salir de ella antes de que expire. Al principio he sentido un gran vértigo. Viajar a la velocidad de la luz recién nacido es un poco fuerte. Pero en cuanto te acostumbras es maravilloso. He tenido suerte porque según me cuentan si no hubiera nacido ahora tal vez dentro de unos millones de años, la estrella colapsará y habrá muchos fotones no natos.
Así que me acostumbro al vértigo de vivir permanentemente a 300.000 kilómetros por segundo y empiezo a mirar. Un privilegio. Veo pasar a mi alrededor todo tipo de cuerpos celestes de todas las formas y colores. Al principio intentaba mirar hacia atrás para observar algún planeta con más detenimiento. Ahora sé que es la mejor forma de marearse. Hay que seguir el ritmo de la luz en todo momento. Algunos dicen que es posible acelerar un poco más y adelantar a los colegas e incluso que un par de años luz más adelante en el rayo en que vivimos, algunos fotones han conseguido pararse dentro del rayo lo que les permite poder ver con más detenimiento la belleza alrededor. Yo por el momento disfruto mucho de mi nueva vida.
Dentro de la estrella cuando aún no había nacido, debía hacer un calor horrible y además no tenía conciencia de mí mismo. Ahora es distinto, hace unos minutos atravesamos una galaxia en forma de cono que iba cambiando de color a través de tonos que yo voy descubriendo poco a poco ¡Que belleza! Había, cerca de las grandes estrellas, pequeños planetas de todos los colores. A mí los tonos que más me gustan son el color plata y el azul, aunque hay algunos naranjas espectaculares.
Estoy disfrutando mucho de mi vida y siento que mis colegas de haz que han nacido junto conmigo también. Aunque siempre hay alguien que se queja. El fotón pesimista nos ha dicho que nuestro fin puede producirse en cualquier momento que bastara que impactemos en un cuerpo que nos absorberá sin darse cuenta. Tal vez en un pequeño planeta miserable. Siempre lanza preguntas incomodas ¿Para que servimos viajando durante millones de años para después desaparecer en la nada? Yo no le hago mucho caso.
Tengo varios colegas de haz que me son simpáticos y que no se relacionan con el pesimista. Contemplamos juntos todas las formas corpóreas, solidas, liquidas o gaseosas que vamos viendo aparecer y desaparecer. Como más nos entretenemos es jugando a adivinar las formas y los colores de las galaxias próximas. La mayoría lo decimos por pura intuición, pero hay uno que acierta siempre y pensamos que tiene algún método. Se llama Bob y yo llevaba tiempo cultivando su amistad así que hace unos días, a unos 5000 millones de kilómetros de aquí, le plantee directamente la cuestión. Me reconoció que había desarrollado una técnica por la que podía avanzar y retroceder dentro del rayo del que todos formamos parte. -No lo hago muy largo porque me da miedo, me dijo.
-Cuanto avanzas y retrocedes, le pregunté.
-Unos 10 minutos como máximo. Ten en cuenta que eso me hace ir 180 millones de kilómetros antes o después de vosotros. Pero nunca me ha pasado nada y pienso seguir experimentando.

Trabajé con mi colega para poder aprender su técnica y con un entrenamiento de pequeños saltos llegué a los 10 minutos sin ningún sobresalto. Mi imaginación soñaba. Podría desplazarme por el haz de luz y saber mucho más sobre nuestro origen pero sobre todo sobre nuestro destino. Durante cierto tiempo estuve practicando saltos adelante y atrás de una hora, de dos y más, y la sensación de dominar el tiempo y el espacio me enardecía. Ahora era yo, él que lideraba los saltos. Mi camarada pensaba que yo iba muy deprisa. Si el salto de cinco horas funcionaba, el siguiente lo hacía a 6.
-Debemos ir más lentos o estaremos corriendo riesgos innecesarios decía con mucha razón mi amigo, pero yo estaba como obnubilado por la sensación de poder dominar el tiempo y el espacio. Fue un gran logro cuando superamos un año, lo que supone una dimensión entre 1 y menos 1, de un total de dos años luz, unos 12.600 billones de kilómetros. Lo bonito no era el salto en sí, fuera del subidón de adrenalina que producía, lo importante era que una vez en el destino compartías con colegas muy similares a ti, aunque fueran más jóvenes o más viejos, tus experiencias y les ganabas durante un rato el juego de adivinar las galaxias que pasarían. Sin embargo, la excitación inicial empezaba a transformarse en rutina.
Se nos ocurrió algo que durante nuestra adolescencia nos entretuvo bastante. Era ir hacia atrás, no saltando sino sencillamente manteniéndonos quietos mientras nuestros colegas pasaban a toda velocidad. Eso nos permitió una visión distinta. Más calmada y reposada y sobre todo un análisis mucho más preciso de cada mundo. Descubrimos la belleza de muchos pequeños planetas y los vimos con detalle, y descubrimos que en millones de ellos había seres vivos de todos los colores y formas que se movían sin patrones geofísicos predeterminados, como si tuvieran libertad para decidir qué hacer en cada momento. Aquello nos dio la idea de que tal vez nosotros también pudiéramos movernos fuera de nuestro rayo de luz. Cuando nacimos vimos muy cerca que salían otros muchos rayos llenos de colegas que partí an en todas las direcciones. Con el tiempo transcurrido, se habían separado mucho de nuestro haz, pero quizá podríamos alcanzarlos. Haciendo un gran salto hacia adelante, cuando cumplimos 18 años, nos trasladamos 100 años más allá y preguntamos a muchos colegas. Al fin después de mucho indagar nos hablaron de un fotón que lo había intentado pero del que no se había vuelto a hablar. Volvimos a nuestra edad y preparamos el plan. Deberíamos hacer el salto desde un momento de no movimiento, técnica que ya dominábamos. Detectamos un haz de luz hermano que estaba a unos 10 años luz. Debíamos precisar el salto o nos perderíamos en la oscuridad del universo. Por otra parte necesitábamos una fuerza de impulso muy fuerte. Decidimos el punto de salida nos echamos atrás un mes y acelerando a tope, salimos de nuestro haz. El viaje fue aterrador. La protección que siempre habíamos sentido se acabó. Estábamos solos y posiblemente no podríamos volver, pero al mismo tiempo la sensación de libertad nos embargó. Tardamos exactamente 10 años en llegar. Nuestros cálculos eran exactos. Al principio la recepción de nuestros nuevos colegas fue hostil. Cuando les contamos de donde veníamos nos llamaron mentirosos y hubo incluso reuniones para expulsarnos de su comunidad. De hecho para evitar males mayores, dimos un salto de cinco años atrás, esperando que los más jóvenes tuvieran la mente más abierta. Así fue. Nos creyeran unos, o pensaran otros que estábamos locos, los más jóvenes nos aceptaron. Viajamos varios años con ellos y descubrimos una parte del universo distinta, más alejada del centro y menos poblada pero con espacios inmensos que apetecía descubrir.
Pasado un tiempo, la nostalgia se apoderó de mí. Pensar que no volvería a ver a nuestros amigos, me hizo, después de muchas dudas, preparar la vuelta. Mi amigo Bob, me dijo que él se quedaba.
-Ha llegado un momento en mi vida en que quiero formar mi hogar y este sitio me encanta. Es más abierto y más libre. Por supuesto que seguiré haciendo saltos adelante y atrás pero dentro de este haz. Nuestros destinos se separan. Siempre guardaré un gran recuerdo de ti, Frank.
Nuestros nuevos colegas se pusieron a mi disposición y con la ayuda de Bob en pocos días todo estaba preparado. El cruce calculamos que era más largo, pues se situaba ya en los quince años luz. Así que el día señalado, con la excitación de la nueva aventura me lancé. Todo fue bien durante mi viaje de vuelta, hasta que me encontré a pocos días de nuestro hogar y ya lo veía a lo lejos. Lo vi tan fácil, que se me ocurrió, cambiar mi llegada a un punto 20 años atrás, de forma que recuperaría los colegas con una edad similar a la que tenía cuando deje el haz. Rectifiqué el rumbo y de pronto me di cuenta que la energía podía no ser suficiente. Veía pasar el haz ante mí y sin embargo no tenía fuerza para integrarme. Al fin alguien salió del haz y me ayudó. Llegué casi muerto.
-Te has arriesgado mucho, me dijo Tom, mi nuevo colega.
Yo le agradecí su hazaña que le había puesto en riesgo a él también. Durante mi convalecencia Tom me contó todas sus experiencias.
-El cambio de haz es lo más arriesgado, pero hay algo más apasionante que son los saltos dentro del haz.
-Yo ya los he practicado mucho y no son para tanto, contesté.
-Yo te hablo de saltos especiales, de saltos de millones de años.
Me pareció increíble y apasionante. De pronto vi que aquello podía llevarnos a momentos antes de nacer y a saber nuestro destino final. Que vértigo, conocer toda nuestra existencia.
Preparamos todo la energía necesaria para hacer el salto atrás primero. Un día nos lanzamos. Habíamos recorrido poco más de dos millones de años cuando vimos a los lejos que el haz de luz se terminaba. Con las dificultades lógicas de cambio de planes, ajustamos nuestra vuelta al haz coincidiendo con el último fotón.
-¿Qué ha pasado?, le preguntamos, ¿eres tú el último?
-Sí, nos contestó. Yo soy el último fotón de nuestra estrella madre.
-¿Cómo fue?
-Sencillamente colapsó y atrajo hacia ella millones de fotones que no pudieron ver la luz.
-¿Y cuando sucedió eso?
-Hace unos 2 millones de años.
-Es decir que nuestra estrella madre no existe desde hace muchísimo tiempo, le dijimos, y sin embargo nosotros si existimos y estamos viajando a gran velocidad por el universo.
-Así debe ser si vosotros lo decís.
-Ahora que conocemos lo que ha pasado en nuestro origen, nos proponemos descubrir que pasara en nuestro futuro, ¿quieres venir con nosotros?
-No gracias, contesto el último fotón yo prefiero vivir mi vida tranquilamente y puesto que soy el último, pienso que también seré el que vivirá más que los millones de hermanos que me preceden.
Muy impresionados por la muerte de nuestra madre y con sensación de estar un poco desvalidos al descubrir que nuestro haz de luz no era permanente, es decir, que ya no había fuente, iniciamos los preparativos para conocer definitivamente nuestro destino. No fue fácil. Los últimos fotones tenían una energía limitada. Debimos saltar hacia colegas generados en épocas de mayor vigor. En un par de años estuvimos preparados para avanzar hasta 22 millones de años. Por si teníamos una experiencia similar a la de nuestro origen, nos ocupamos de ir gestionando la energía de forma a que pudiéramos integrarnos antes del destino final ya que sino pereceríamos.
Así lo hicimos. Nos desplazamos a lo largo de todo el haz de luz, compuesto de millones y millones de fotones que atravesaban el universo y caímos a los 22 millones de años. Los colegas que nos encontramos era gente muy mayor. Nos recibieron con ciertas reservas e incredulidad pero pasado algún tiempo pudimos compartir con ellos nuestras experiencias. Nos dijeron que sus vidas habían sido largas y placenteras y que no querían más experiencias. Hacía mucho tiempo, algún aventurero como nosotros, les dijo que el haz de luz medía 23 millones de años, lo que les aproximaba a un destino que no deseaban conocer y con el que estaban conformes.
Algo decepcionados, hicimos los preparativos y saltamos un millón de años más. Efectivamente vimos que el haz de luz tenía el destino en un precioso planeta azul. Pasamos unos días de descanso antes de decidir qué hacer. Podíamos volver hacia atrás 23 millones de años y acompañar al último fotón hasta que llegara a su destino, o quedarnos allí y comprobar que pasaba en el momento en que el haz chocara contra el planeta. La decisión no era fácil y las discusiones largas.
-Hay mucho espacio aún por ver y descubrir y yo no me quedare aquí a sucumbir en un planeta birrioso, decía Tom.
-Es una belleza y tiene todo tipo de formas de vida. La plástica ya la conozco pero quiero descubrir algo distinto, decía yo.
Decidimos separarnos y cada uno afrontar su destino. La última noche que pasamos juntos, me dijo Tom:
-¿No te parece fabuloso que durante los próximos 23 millones de años todos los habitantes de este planeta puedan ver la luz de nuestra estrella madre a pesar de que, como nosotros sabemos, ya no existe?
-Es increíble, efectivamente, le contesté, pero a mí me impresiona más que cuando nos dejan decidir, unos elijamos pasar a una nueva etapa ya y otros como tu, prefieran continuar millones de años en su existencia actual.
Nos despedimos con tristeza pues habíamos sido muy buenos compañeros. Pero cada uno había decidido su destino.
Di un pequeño salto y me coloqué a pocas horas luz de mi destino. En algunos momentos, la incertidumbre me hizo desear dar marcha atrás ¿ Que pasara conmigo? Tal vez desaparezca sin más y entonces seré un estúpido por no haber alargado mi existencia en el haz, retrasando mucho mi final. El tiempo pasaba a toda velocidad. El destino se aproximaba a la velocidad de la luz y cada vez más parecía un planeta alegre de colores y texturas. Era sin duda un lugar maravilloso, pensé, segundos antes de impactar. Noté que toda mi carga de pura energía era absorbida por un ser vivo distinto a todo lo que yo conocía. De pronto sentí una maravillosa sensación. Tenía cuerpo, tenía masa, podía tocar las cosas a mí alrededor. Había cumplido mi destino y me había trasformado en una pequeña gota de savia de la más bonita de las flores.

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