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Por Francisco Betes | julio 6, 2009
Érase una vez hace muy poquito tiempo un mundo feliz poblado por pájaros y plantas. Dominado por un cielo azul, con temperaturas muy agradables durante todo el año y una vegetación que alternaba las grandes praderas llenas de flores con los bosques de abetos y hayas. Las aves eran los reyes de este país maravilloso. Allí encontraban alimentación, cobijo y muy pocas amenazas. La única fauna terrestre estaba compuesta por algunos insectos y pequeños roedores que parecían estar allí únicamente para servir de alimento a algunas de las aves. Los más numerosos de los pájaros en aquel paraíso eran los gorriones. Pequeños pájaros simpáticos, regordetes, que se alimentaban con facilidad de semillas que encontraban en el suelo y en algunos casos efectuaban vuelos cortos para alimentarse de insectos. En invierno cuando el alimento escaseaba forrajeaban en grupos aprovechado el instinto de aquel que mejor encontraba el escaso alimento. Aunque en menor numero que los gorriones también había muchos colibríes. El pájaro más pequeño que existe. Los colibríes tenían colores muy vistosos que les permitían ser vistos desde muy lejos, salvo cuando se acercaran a las flores de cuyo néctar se alimentaban. Disfrutaban de la cualidad de quedarse suspendidos en el aire, aleteando sin esfuerzo como si hubieran superado la fuerza de la gravedad. Eran aves frágiles pero muy rápidas. En época de cría la madre podía realizar más de 100 visitas diarias a sus poyuelos para mantenerlos bien alimentados. También abundaban en las zonas más inhóspitas y en las marismas, los búhos. Se conformaban con zonas menos seleccionadas y se sentían plenamente seguros de que nadie les molestaría. Entre las hierbas altas construían su nido y se alimentaban sin mucha competencia de las ratas de agua. En los árboles altos encontrábamos los halcones. Desde su atalaya dominaban un amplio campo. Cuando divisaban pequeños mamíferos, desplegaban sus alas largas y triangulares y se lanzaban en picado hacia la presa. Los gorriones, los colibríes y los búhos procuraban estar lejos de su territorio de caza. Los halcones intentaban evitar en todo lo posible el esfuerzo y vivían tan bien que incluso algunos empezaban a echar algo de barriguita. El único enemigo al que temían era el águila real, aunque raramente les atacaba. El rey de aquel paraíso era el águila real que habitaba en los picos más altos de las montañas próximas, aunque su amplio vuelo dominaba toda la región. Se sentía fuerte y no tenía enemigos naturales. Se alimentaba de todo ser viviente y actuaba con cierto despotismo al cazar intentando evitar el esfuerzo todo lo posible. Los días, las estaciones, los años corrían tranquilamente en aquel mundo en el que todas las aves se sentían tranquilas. Pero un día se oyó un tremendo ruido, como un gran trueno y apareció un monstruo. El monstruo tenía color verde monstruo, unas enormes fauces llenas de dientes muy afilados y un gran cuerpo informe que avanzaba lentamente, pero ocupando todo el espacio disponible alrededor. El monstruo se llamaba Competencia y se había dado cuenta de que tenía un tremendo espacio que no ocupaba y que necesitaba conquistar. Los gritos de horror se mezclaban con los de aviso. “Ha llegado Monstruo Competencia”, “Viene Competencia”, “Nos va a arrasar Competencia”, repetían una y otra vez voces desgarradas por el pavor. A paso lento pero continuo ocupo todo el espacio expulsando a las aves de su hábitat natural. Sin embargo, se dio cuenta de que como no volaba, era imposible atraparlas y aunque las expulsaba no las extinguía totalmente. Entonces se invento la Avenet, un artilugio virtual que ocupaba el espacio en las tres dimensiones y que iba dirigido a la exterminación de todas las aves. Los primeros en ser conscientes del peligro fueron los gorriones. Eran pequeños y no tenían ninguna defensa. Fueron a ver al monstruo y le convencieron de que si quería ocupar todo el espacio, aquellos pequeños reductos que él no dejara dominados podían ser ocupados por ellos, por supuesto siempre al servicio su Alteza Real Competencia. Al monstruo le pareció que aquellos pequeños pajarillos podrían realizarle trabajos menores interesantes. Y los gorriones de salvaron manteniendo pequeñas zonas en las que podían vivir porque eran espacios demasiado diminutos para que el gran monstruo estuviera interesado. Con el tiempo el monstruo les autorizo a tener su propia red, que curiosamente no se llamo “gorrionet” sino “aviaonet”, porque como dijo uno de ellos de origen granadino: “aviaos estamos sino le convencemos”. Los búhos pensaron: ”Nosotros estamos asentados en las partes menos ricas del territorio, así que posiblemente si nos hacemos los disimulados y seguimos observando la situación, nos salvaremos”. Pasaron muchas estaciones hasta que el monstruo se acerco a su zona, pero de pronto un día la ocupo de un solo golpe y los búhos perecieron todos a la vez y sin remisión. Los colibríes eran tan frágiles, que salieron aterrorizados al ver como empezaba el Avenet a funcionar, pero con el paso del tiempo se dieron cuenta de que su ingravidez era tan marcada que les permitía acercarse sin problemas a sus flores preferidas, y que eran tan ágiles que superaban en rapidez al Avenet y eso les permitía estar siempre sobre aviso cuando se alimentaban en una flor, detectando el peligro y pasando a otra cuando Avenet se presentaba. Aun siguen allí, aprovechándose de su rapidez y han desarrollado un sexto sentido que les previene cada vez que el monstruo se acerca para cambiar de flor. Los halcones se sublevaron contra el monstruo Competencia y su lacayo Avenet. “Que se han creído. Somos más fuertes que ellos. Nos enrocaremos en nuestro territorio”. Aprovechando su rapidez de ataque, se lanzaban picoteando la masa informe del monstruo y pretendiendo que se retirara. Mandaron mensajeros para atraer a otros pájaros en su lucha, y algunos incautos picaron. Durante un tiempo consiguieron efectivamente que sus territorios de caza no fueran molestados. Los halcones resistieron con valor. Se reunían entre ellos periódicamente para criticar la injusticia y la sinrazón del monstruo. El tiempo paso y los halcones veían que sus esfuerzos no les permitían progresar. Poco a poco, de una forma gradual, Competencia fue ocupando sus terrenos y los halcones no asumiendo su cambio de papel sucumbieron y desaparecieron. Las águilas reales tuvieron inicialmente una posición contraria y altanera de lucha contra el invasor, aunque hábilmente esperaron a ver que pasaba en la batalla de los halcones contra el monstruo Competencia. Pasado el tiempo y viendo como el monstruo iba exterminando a los halcones, se sentaron a parlamentar, entre ellos. Llegaron a la conclusión de que si querían mantener sus privilegios debían adaptarse. Convencieron al monstruo de que podían aportarle mucha rapidez en su avance y se pusieron al frente de las nuevas tendencias. Con su preparación y experiencia ocuparon cargos en la dirección del monstruo Competencia para explotar lo ya conquistado y, al mismo tiempo hablaron al monstruo de un terreno inhóspito que existía hacia al norte y al que aun Competencia no había llegado, incitándole para que siguiera hacia allá. Mi querido lector, si es usted un pequeño empresario y ha tenido la santa paciencia de llegar hasta aquí, haga un pequeño esfuerzo suplementario e identifíquese. ¿Es usted gorrión, búho, colibrí, halcón o águila real?
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