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El desahucio del rey del mundo. Capitulo XX.Adagio.
Por Francisco Betes | mayo 14, 2011
Capitulo XX
Adagio
El todoterreno aparcó entre las ramas bajas de un árbol cercano a la charca. En España la charca se habría denominado lago porque su extensión cubría un kilómetro de lado y en el centro su profundidad debía superar los cuatro metros. Pero en la Reserva de Phinda en Sudáfrica era tan solo una charca cuyo nivel subía considerablemente en la época de lluvias. Desde unos 25 metros se podía observar a ocho grandes elefantes que se movían con violencia. El guía aclaró que no estaban peleando, sino jugando. Eran elefantes jóvenes, aunque ya enormes, que se empujaban, se subían unos en otros, se dejaban caer por las pendientes de barro, echaban grandes chorros de agua por la trompa, y se rebozaban en el barro de las zonas con menos profundidad.
Encaramados en las “gradas” del Land Rover, Alberto y Jesús disfrutaban viendo el espectáculo. Uno de los elefantes se dirigió hacia la orilla en la que se encontraban. Había una gran pendiente de barro por lo que sus intentos de salir resultaban infructuosos. Subía por la pendiente y a medio camino resbalaba poco a poco cayendo nuevamente al agua y produciendo una enorme ola al caer. El espectáculo era magnifico. La naturaleza en su estado más puro. Los animales disfrutando de su baño matutino. Uno de los elefantes del otro lado, se aproximó al que quería salir y se quedó observando los intentos. Después del tercer intento infructuoso, se acercó por detrás e intento ayudarle apoyando sus colmillos y su trompa en el trasero del que intentaba salir de la charca, con tan poca suerte que en esta ocasión cayeron los dos al agua duplicando el estruendo y según parecía con amplio contento de los dos. Repitieron la historia continuamente, al menos durante los treinta minutos que permanecieron observándolos desde el todoterreno.
Cuando Jesús llamó a Alberto para proponerle que le acompañara sustituyendo a su mujer en una excursión a Sudáfrica, este no lo dudó. Jesús la había planeado con bastante antelación pero en el último momento le había fallado María, porque su madre había sufrido una caída y necesitaba ayuda para la convalecencia. Fue ella la que le recomendó llamar a Alberto. Se conocían desde el colegio y siempre se habían caído bien. Además la circunstancia de que Jesús se hubiera prejubilado recientemente les había dado más temas en común, y ocasión de verse más a menudo. El recorrer juntos un largo trecho del camino de Santiago había sido definitivo en la recuperación de su estrecha amistad.
El proceso de venta de Electronics Holdings España le dejaba a Alberto libertad esos días mientras se terminaba el plazo de recepción de las ofertas no vinculantes. Así que Alberto no lo dudo. Le apetecía compartir con Jesús aquella experiencia tan distinta.
El viaje de ida había sido agotador. Diez horas en unos cubículos mínimos que Iberia estima suficientes, les habían dejado derrengados. Sin embargo, en Johannesburgo se recuperaron y ahora en la Reserva de Phinda estaban disfrutando cada minuto. La Reserva se encuentra en el este del país, entre las montañas de Ubombo y las aguas del Océano Indico. Se accede en todo terreno desde un minúsculo aeropuerto, una simple pista de aterrizaje, llamado Mkuzi. Sus posibilidades se limitan a los aviones de un máximo de 30 plazas. El viaje desde Johannesburgo dura una hora y veinte minutos, pero eso es teórico ya que al no existir sistema de orientación por controladores, el piloto debe seguir determinados puntos del terreno para llegar, de forma que si esta nublado, como el día que Jesús y Alberto venían, el viaje puede prolongarse indefinidamente hasta que el piloto con descensos arriesgados por debajo de las nubes consiga reconocer algún accidente natural o artificial que le oriente sobre donde está. Tardaron tres horas y según les dijo luego el piloto tuvieron riesgo de quedarse sin combustible. Afortunadamente los dos amigos con su excitación por el viaje y su estado de ánimo positivo, no apreciaron el peligro que habían corrido.
A la llegada, el súper lujo del Mountain Lodge y las excepcionales vistas les convencieron de que habían acertado haciendo este viaje.
Rápidamente se incorporaron a la primera salida para intentar ver animales salvajes en libertad. Los todo terrenos eran grandes y estaban preparados con seis asientos en su parte posterior colocados dos a dos en graderío. Esto permitía que todos los asistentes pudieran ver perfectamente las maravillas que aquella reserva privada ofrecía. Justo en el morro del Land Rover había un pequeño trasportín donde iba sentado un ojeador, de raza negra, que orientaba al conductor sobre la ruta a tomar para ver los animales que buscaban. Cuando aparecía un felino, el ojeador subía rápidamente al todo terreno. Al parecer las bestias ven el conjunto del Land Rover con todos sus ocupantes como un único animal y no lo atacan; ahora bien si detectan la figura humana del ojeador sentado en el trasportín delantero, este puede arriesgarse a sufrir un zarpazo.
La cantidad de animales salvajes que existían en la Reserva era impresionante. Jesús contó que habían visto veinticuatro especies diferentes, tan solo entre los mamíferos. De los famosos big five, habían tenido ocasión de ver, observar y admirar en su medio natural a todos menos los búfalos. Como comento Jesús:”No me preocupa perderme los búfalos si conseguimos ver hipopótamos”. Tuvieron suerte. En la primera tarde se aproximaron a una familia de leones que devoraba placenteramente los restos de un impala, los hipopótamos dejaban sobresalir sus ojos y narices como si fueran los periscopios de sus enormes cuerpos submarinos en una charca que visitaron la mañana anterior justo al amanecer, y en la visita a la puesta de sol, una pareja de leopardos se les quedó mirando con atención y un rinoceronte salió corriendo cuando se le acercaron. Y ahora en su tercer día en la reserva, los elefantes les estaban dando el espectáculo completo.
Regresaron al hotel. Volvieron a admirar el “lodge” compuesto de una gran casa central que recogía la recepción, los salones y el comedor y fueron a ducharse a su bungaló que en realidad era un precioso chalecito con dos habitaciones. “Afortunadamente -bromeo Alberto- porque habrás visto que son camas de matrimonio”. La casita colocada en una pendiente de la colina ofrecía una cautivadora vista del paisaje. Recomendaban que los trayectos entre el hotel y los bungalós se hicieran acompañados por un guarda debidamente armado. Los ruidos por la noche tenían todo el atractivo de la selva y no era extraño oír un rugido de león, lo suficientemente cercano como para abandonar precipitadamente la terraza y cerrar concienzudamente.
-“Es curioso que el horario que hacemos aquí es muy parecido al que hacen los monjes”- dijo Alberto cuando después del safari del atardecer y de la cena se instalaron cómodamente en una de las terrazas del lodge, desde la que se divisaba la selva de árboles no demasiado altos, iluminados por los últimos rayos de sol. Mientras aceptaba un vaso de whisky que le tendía Jesús, prosiguió:
-“A mí nunca me gusto madrugar, pero cuando estuve en el Monasterio de Santa María de Huerta, no me importó y aquí tampoco. He descubierto que los momentos especiales en los que parece haber magia en el aire, son precisamente aquellos en que el sol sale o se pone. La sensación de irrealidad o mejor dicho la sensación de que todo es posible, es muy fuerte”
-“Te veo muy místico, eso quiere decir que estas empezando ya a cambiar para hacerte a una nueva vida” apuntó Jesús sirviéndose una copa.
-“Sé que estoy en proceso de cambio, pero no tengo ni idea de lo que durará, ¿cómo vas tú en la nueva situación?”
-”Para mí fue más fácil al principio, yo no viví el cambio como forzado sino como una oportunidad que yo solicité. Durante el primer año hice todo lo que me gusta hacer, pero luego tuve un bajón. Necesitaba algo más y lo he encontrado hace solo dos meses. Me he encargado de la gestión financiera de una ONG, y estoy mejorándoles un montón de cosas, de forma que si todo sale bien la tasa de gastos podremos reducirla a casi la mitad en un año, con lo que eso supone de mejora de los importes para fines específicos. Además tengo un montón de ideas de cómo mejorar los ingresos, y me han encargado de todas las relaciones con las Administraciones Publicas. Pero lo mejor que no te he dicho es que se dedica a algo que me parece importante. La ONG se llama AYUDATE y su fin es ayudar a la incorporación de los inmigrantes, no solo cuando llegan, sino hasta que conseguimos su total incorporación con sus familias aquí”.
-“Te veo muy entusiasmado con eso”
-”Creo que tal vez es la etapa de mi vida en la que me siento más satisfecho… Y de vez en cuando ser libre y tener el dinero para visitar sitios tan maravillosos como este. ¿Qué más se puede pedir?”
Alberto le contó la historia de Akim y quedo en ponerles en contacto.
-“Akim ya no tiene problemas, le busque un trabajo y creo que le va bien, pero tal vez puede servirte para conocer mejor todos los problemas que tienen al llegar”
-“Estaré encantado de charlar con él. Y tú piensa si te interesaría colaborar con nosotros”
-“Cuenta con ello. Ya me dirás como.”
Los días pasaron muy rápidamente. Los animales seguían desfilando ante sus ojos. Los impalas con sus saltos ligeros, las jirafas elegantes que no saben beber de las charcas salvo adoptando posturas inverosímiles, las cebras con sus ojos de bondad… Todo ello más las charlas apacibles entre dos buenos amigos compusieron unas vacaciones para recordar.
El final del viaje preveía un par de noches en Sun City. Cuando salían hacia el aeropuerto Alberto pensó que según la publicidad aquel era el hotel más lujoso del mundo, pero lo que no decía es que posiblemente fuera también el más hortera. Sin embargo, lo habían pasado bien riéndose de los excesos ostentosos, como el puente en el que hay un terremoto cada media hora con gran ruido ambiente o la piscina de grandes olas artificiales. Jugaron en el campo de golf y les sorprendió que se jugara obligatoriamente con cochecito y caddy. A pesar de los avances del antiapartheid todos los caddies son de raza negra y van corriendo detrás del coche. El hoyo 13 es corto y entre la salida y el green hay un enorme socavón de varios metros de profundidad y en el fondo reposan y dormitan una docena de cocodrilos de al menos 5 o 6 metros. Lo que Alberto y Jesús apreciaron más fue el cartel en inglés. “Peligro. Prohibido bajar a coger las bolas de golf o mandar a los caddies a hacerlo”.
Cuando llegaron al Aeropuerto de Johannesburgo, ambos amigos estuvieron de acuerdo en repetir la experiencia aunque hubiera que sacrificar las rodillas en cada ocasión al objetivo de rentabilidad de Iberia.
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Habían pasado un par de semanas, y con cierta inquietud, Roland consultaba la página web cada día, aunque no tenia suerte. El siguiente fin de semana, mientras revisaba su correo personal, un tanto decepcionado y cuando ya había olvidado su aventura de contactos en internet, recibió una invitación de una mujer completamente desconocida y diferente de sus contactos anteriores. “reto35” le pedía “si deseaba compartir un saludo y a ser posible algunas fotografías”. Esto le dejo francamente sorprendido por un momento sin saber que hacer. Pero Roland contestó lo mejor que supo. Aquello se convirtió en un cruce de mensajes educados sin contenidos personales. Se enviaban dos o tres mensajes cada día, algo neutros contando al otro lo que estaban haciendo, pero deslizando ya algunos datos sobre sus aficiones y circunstancias personales. ¿Habría continuidad? Esa incertidumbre formaba parte del interés de esa relación virtual.
Pasados unos días, Roland recibió una llamada de esta persona en su casa a última hora de la tarde y superada la tensión inicial ambos se sintieron a gusto contándose detalles de sus vidas. A la semana siguiente, ella le volvió a enviar un mensaje que decía así:
Estimado Roland:
Fue un placer conversar días atrás contigo. Me encantaría saludarte nuevamente y por qué no conocerte de forma personal. Me pareces una persona interesante.
Estaré en Madrid la semana que viene por temas profesionales. Te adjunto mi número de teléfono y si crees oportuno concertamos una cita. Ya sabes nada formal, sin ningún compromiso.
Un cariñoso saludo. Alba
Roland bastante sorprendido por el trato tan directo quedó pensativo unos momentos. Sabía que iba a aceptar esa cita. Esa mujer de profesión empresaria, le intrigaba, era diferente a las que había conocido hasta ese momento de su vida. Era amante de sus negocios, del arte, sensible y original. Desde el principio se sintió muy a gusto charlando con ella, notaba que le trasmitía una sensación de paz.
La cafetería estaba muy concurrida, Y Roland miraba a todas partes con ansiedad. La reconoció de inmediato nada más cruzar la puerta. Era más sensual de lo que mostraba en la foto. Relajada, de mirada limpia y profunda. Se acercó hacia ella, la saludó y ya con los dos besos y la leve presión de su mano pudo apreciar su frescura tanto en su perfume como en su rostro.
Charlaron un poco, rompieron barreras, la mirada tan expresiva de ella le hacía mantener a Roland una atención constante. Además sabía escuchar, se interesaba por las cosas que él contaba como si fueran temas interesantísimos para ella. Y Roland se sintió a gusto e importante.
Después, decidieron ir a cenar a un tranquilo y discreto restaurante. Era una mujer triunfadora en sus negocios, ganadora en cualquier situación por difícil que fuese, con vitalidad y carisma. Fue tal la atracción que Roland sintió por ella que pensó que nunca debería acabar aquella cena. La tertulia se prolongó hasta pasada la medianoche. Aquellos ojos verdes tan bellos, tan vivos, lo hipnotizaban. Hasta el camarero con la propina, pudo apreciar que Roland había quedado prendado por su acompañante.
Se despidieron no sin antes concertar una cita para el día siguiente.
Cuando Roland llegó a su casa, no podía conciliar el sueño. Alba era una mujer elegante y físicamente muy atractiva. Una melena lisa de color caoba, enmarcaba un rostro de facciones clásicas, con unos grandes ojos verdes y unos dientes perfectos. Su figura mantenía a sus 35 años toda la belleza de un cuerpo adolescente, aunque con un pecho lleno. Pero fue sobre todo su sonrisa y la inteligencia de su conversación, lo que envolvieron a Roland en una nube de armonía, liviana y relajante.
La mañana siguiente desplegó toda la maravilla de la primavera. Tomaron el almuerzo juntos en una terraza al aire libre y luego pasearon a través de los amplios jardines del Retiro, con frondosos árboles que les acompañaron por toda la vereda. El canto primaveral de los pájaros acariciaba sus oídos, el azul del cielo invitaba a volar y el aroma de la suave brisa acariciaba la piel. Roland tomó la mano de Alba, luego sus brazos se estrecharon y al momento sus labios entreabiertos se encontraron.
Pronto llegó la hora de la despedida, la añoranza invadió el corazón de Roland pero ambos sabían que el adiós de esa tarde les conducía a un nuevo encuentro.
Ella en el viaje de regreso a su cuidad recordó todos los momentos de esas maravillosas horas. Sólo algo no le encajaba. Roland se mostraba tierno y dulce con ella, sin embargo, le estuvo comentando en qué situación se incorporó a la empresa en España y cómo fue ascendido a su puesto actual del cual se sentía orgulloso a la vez que preocupado. ¿Porque estaba inquieto si acababa de ser promovido a un puesto tan importante a pesar de su juventud?
Pasaron las semanas y la relación con Alba, iba humanizando a Roland y su cambio de actitud fue percibido con claridad por su equipo. Estaba más amable y receptivo a las propuestas de los ejecutivos de la Compañía, y estos se hicieron la ilusión de que una época distinta podría estar empezando y de que podrían construir un equipo nuevo basado en relaciones de mayor confianza.
Roland y Alba, iniciaron una época de constantes viajes. Su forma de verse, residiendo en ciudades distintas, solo podía ser viajando los fines de semana. Pasaron fines de semana juntos en Paris, en Londres, en Praga…, ella como buena coleccionista solía adquirir algunas piezas de arte en las Galerías de cada cuidad, clásico y moderno, pinturas y esculturas configuraban una excelente y compensada colección privada. También visitaron Suiza, donde Roland le enseñó a Alba su cuidad natal y le presentó a sus padres.
Su relación parecía irse consolidando con la intensidad de tantas vivencias y experiencias juntos, y sin embargo en algún momento comenzó a declinar. La pasión del comienzo iba mermando en el tiempo. Los problemas acuciaban en la empresa, el carácter prepotente y humillante de Roland volvió a aparecer poniendo nuevamente a su equipo en su contra. Volvieron los rumores a los despachos.
Roland se mostraba de una manera más distante con Alba, era evidente el desapego emocional que comenzó a mostrar. Incluso ella observó que su consumo de whisky pasó a ser un poco excesivo y su carácter se tornó muy irritable.
Alba mujer intuitiva e inteligente percibió el principio del fin. Entonces planeó una retirada sin agravios. Mientras, Roland inicio una etapa de silencio, sin llamar ni responder a los mensajes. Fue algo extraño para ella pues la línea afectiva que les unía todavía permanecía fuerte a pesar de las inclemencias en la relación.
En ese momento, ella supo que a pesar de todo compraba su propia libertad, se le iban a abrir nuevos horizontes y empezó a darse cuenta de que necesitaba una gran dosis de aire fresco. En ese momento era vital para ella. Alba también sabía que el silencio de Roland era un escape a la nada, que cuando se diese cuenta se encontraría con los mismos problemas. Era una persona racional pero prácticamente vacío emocionalmente. Alba intuía que se iba a autodestruir, le quedaban los días contados en la empresa si no daba un giro en su vida tanto a nivel profesional como personal. Debería de tener un trato más próximo con las personas. Se empezaba a comportar de esta forma también con Alba, y ella suponía que también con todas las personas con las que se relacionaba.
Después de un mes de silencio, Roland contactó con Alba, deseaba verla, la había echado mucho de menos y la seguía queriendo. Pero ella ya había mitigado el amor que sentía por Roland, ya lo había sacado de su corazón. Sus brazos ya no permanecían abiertos para él. Ella había emprendido el vuelo para explorar nuevos horizontes, un camino que debía aportarle nuevas vivencias enriquecedoras.
Roland sin saber muy bien lo que quería, se sintió desairado y se volvió a encerrar en si mismo, sin darse cuenta que había sido él, el que había hecho imposible la relación con Alba. Sin ninguna justificación, se sintió de nuevo como un hombre maltratado.
La tensión en la empresa por los malos resultados, no le permitía tener un salvavidas profesional para ocultarse a si mismo sus problemas personales de relación con los demás. Las llamadas de Slusche recriminándole por el descenso del negocio y haciéndolo único responsable de la disminución de los resultados, acabaron por provocarle crisis de ansiedad, que fueron acentuándose a lo largo de las semanas. Finalmente Roland tuvo que acudir a la consulta de un psiquiatra. Allí descubrió muchas cosas.
Debía aceptar en primer lugar que Alba ya nunca regresaría con él. A las mujeres les encantan los ganadores pero no los derrotados como era su caso. En segundo lugar ese carácter prepotente, e imperativo que le había acompañado a lo largo de su vida era un germen claro de infelicidad. Su carácter continuamente dominado por la impaciencia y la irritabilidad había repercutido en su equipo de trabajo, poco motivado, y por lo tanto poco efectivo. La situación apareció con claridad encima de la mesa. El psiquiatra le recomendó un tratamiento y para ello debería de visitar a un psicólogo de forma indefinida, aparte del tratamiento farmacológico asociado que debería de tomar. Su personalidad estaba troquelada en su ser y necesitaba ayuda profesional. Debería de tomar una decisión importante. Si no, su futuro profesional corría peligro. Ya había recibido tres importantes toques de atención del Director del área internacional Slusche.
El giro que dio su vida le hizo pensar, reflexionar, meditar y esto se tradujo en el propósito de aplicar un diferente trato a las personas que tenía a su alrededor. Un trato más humano del cual él también se sentiría enriquecido y que le permitiría realizar un nuevo enfoque en su vida. Sí, un nuevo enfoque. Si no era demasiado tarde…
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4 Respuestas a “El desahucio del rey del mundo. Capitulo XX.Adagio.”
Comentarios
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mayo 20th, 2011 a las 15:38
Deamasiadas cosas en poco espacio. Este material da para otra novela distinta. Y por otra parte, la vida y andanzas de Roland solo marginalmente tienen que ver con Alberto y su historia. No me encaja…
mayo 21st, 2011 a las 9:31
La novela pierde continuidad. El viaje a la reserva sudafricana no aporta nada a la historia y diluye el interés por el tema central de la novela que debería ser Alberto, su familia y su labor profesional.
Más acorde con el tema es la relación de Roland con Alba y los problemas personales y profesionales que le torturan, y que en el fondo reflejan sus complejos de inseguridad, desconfianza en sí mismo y carácter poco sociable que afectan a muchos ejecutivos que han llegado a puestos directivos para los que ellos saben que no están capacitados.
mayo 25th, 2011 a las 1:01
Hola, a mi también me parece que el relato de Africa tiene descripciones muy bonitas pero es ajeno a la trama.
En cuanto a las peripecias de Roland, se agradece su sufrimiento ¡que lo pague!, pero, quizás, el tema del psiquiatra y el psicólogo, que es muy complejo, se despacha demasiado rápido.
mayo 25th, 2011 a las 12:59
Coincido al 100% con Octavio y José María.
Tal vez por cansancio, el cuidado de la ortografía ha decaído, especialmente en lo que se refiere a la acentuación de las palabras agudas. En cuanto al «trasportín», es palabra inexistente, al menos en el Diccionario de María Moliner del que dispongo, edición 1980 y en el más antiguo aún de Julio Casares. Sí existen traspontín, traspuntín y traspontín.
Pero lo que me parece grave es poner en boca de un piloto comercial que sometió al pasaje al riesgo de quedarse sin keroseno. Eso, de acuerdo con mi experiencia en compañías aéreas, es sencillamente imposible en un profesional.